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Mensaje por Invitado Mar Ene 01, 2013 7:25 pm

Julia disfrutaba el panorama de la ciudad desde la ventana de su habitación.
Hacía unas dos semanas que había llegado a Chicago para presentarse ante su medio hermano Frederick.
A su llegada se había instalado en un motel barato, de esos que aparecen en toda película americana, sólo para disfrutar el cliché. Se sentía protagonista de una aventura, allí sola en una ciudad completamente desconocida, sin ningún contacto. Vestía sólo ropa interior y así decidió salir al balcón, sin importarle la brisa fresca que pudiera erizarle la piel. Se sentía libre de todo fantasma, incluso del espíritu de Frederick, aunque sea sólo por un rato. Todo parecía muy perfecto, esa era la vida que quería llevar por ese entonces. Ser libre, hacer lo que deseaba, en soledad. De día caminaba por las calles, entraba a cafés, tomaba fotografías, les daba limosna a algunos músicos callejeros talentosos y se compraba algunas cosas con el dinero que Luke le había dejado, que no era mucho, pero le estaba alcanzando. Por las noches visitaba clubes diferentes con la intención de conocer absolutamente todos los que estuvieran a su alcance. Conoció mucha gente en cada uno de ellos y con varios tuvo algunas aventuras que merecían ser recordadas por un buen tiempo. Lo que más le gustaba de Chicago era la variedad de personas que allí residían, desde humanos de todo tipo de etnias y orientación sexual hasta clones que querían tener un poco de libertad encontrándose con humanos como ella. También le agradaba la cantidad de luces que iluminaban las noches y toda esa tecnología siempre presente a la vuelta de la esquina, se sentía como protagonista de un cuadro futurista o algo así. Todo era una galería de extravagancias. Incluso estar en esa lúgubre habitación tenía su encanto, allí en el balcón, a una altura considerable, observando las luces que tanto le fascinaban, fumando un cigarrillo, en compañía de sí misma. Esa vez no quiso salir ni relacionarse con nadie. No quiso tener sexo con algún desconocido, ni tampoco con algún personaje con el que había intercambiado el número telefónico. No, era mejor prepararse para lo que el amanecer traería en unas horas, porque el día que le seguiría a aquella madrugada estaba tomado para ir a L’apollonide, el negocio de Frederick. Nada le daba más regocijo que ese lugar que, todavía no conocía, pero que era la razón por la cual sus ojos brillaban. Conocía el carácter del bar de su hermano, sabía qué clase de gente asistía y qué se podría encontrar. Estaba al tanto del tipo de empleadas que se ganaban el pan todas las noches y por sobre todo le daba mucha gracia saber cómo lo hacían. Ese era el muerto en el armario del príncipe inglés. Ya ni siquiera era necesario aclarar que era azul, porque se había desteñido con el paso de los años, haciendo dinero a costa de las mujeres que exhibían y vendían su cuerpo, y ni siquiera hacía falta hablar de los clones que seguramente se sentían explotados por aquel inglés oportunista. Julia quedó pasmada cuando descubrió ese pequeño secreto cuando aún estaba en Londres. ¿Quién lo diría? Ese lugar le quedaba mejor a ella que a él, ¿o no? ¿No era ella la que tenía sexo con cualquiera? ¿No era ella la que usaba ropa sugestiva, la que fumaba y bebía en exceso, la que se arruinaba la vida día a día? ¡Pero ahora sabía que no era la única! ¡Vamos! ¡Que parecía que todo eso se llevaba en la sangre! Todo eso le producía mucha gracia, le divertía. Ahora tenía otra razón para cruzarse con el joven Blaust. Ahora no sólo le pediría que, por favor, se encargara de ella tal como su padre había dejado claro en su testamento, sino que también intentaría quedarse con el resto del dinero y con su pequeño negocio. Ella se veía como una excelente empresaria llevando L’apollonide a otro nivel.
De repente todo le parecía demasiado divertido…

Así pues el día siguiente puso un pie por primera vez en ese lugar, llevando un vestido verde azulado, stilettos oscuros y un saco de una suave tonalidad dorada. Llevaba el cabello suelto y despeinado por acción del viento, y sólo sus labios estaban maquillados con un lápiz labial carmesí. Le tocaba tener una entrevista con el dueño del lugar. Le tocaba el primer encuentro con su hermano. Estaba de muy buen humor, contenta, sabiendo que a partir de ese día no volvería a estar escondida en la oscuridad. A partir de ese día saldría a la luz, y eso se notaba en su rostro que se veía resplandeciente, luciendo una sonrisa optimista en cuanto entró al edificio, y continuó sonriendo al ingresar a la oficina.
Esperó por unos momentos a solas hasta que de repente vio aparecer la viva imagen de su hermano, el hijo de su padre, su rival y su boleto para una mejor calidad de vida.
Él obviamente no sospechaba absolutamente nada de ella, y se presentó con cordialidad, pronunciando su nombre y apellido, a lo que ella reaccionó con sorpresa, llevándose la mano a la boca abierta.
-¿Blaust? ¿Frederick Blaust? –dijo con tono incrédulo- ¿Frederick Blaust de Londres? –rió y no dejó hablar al entrevistador- ¡Qué increíble! El mundo es, ciertamente, un pañuelo. ¡Yo también soy Blaust! ¿Puedes creerlo? Y dime, ¿de qué familia provienes exactamente? –se acercó un poco para verle las facciones en detalle- ¡Amelia! ¡Eres el hijo de Amelia! ¿Cierto? Se te nota en los ojos, la misma bondad que tenía ella, el encanto se te ve en la mirada. Me he enterado que tu madre falleció hace unos cuantos años, lo cual es ciertamente un pérdida tristísima –una voz angustiada brotó de sus labios-. Me imagino por lo que habrás pasado, mi madre también falleció hace unos años. Tal vez la conocías… su nombre era Jane.
Guardó silencio por un momento para disfrutar la mirada atónita del hombre que tenía en frente. Podía leer la confusión en su mirada, estaba perplejo porque ella no le había permitido abrir la boca y todo ese discurso a tal velocidad podría resultar abrumador en cierto punto. A pesar de lo vertiginosa que fue la escena, ella se deleitó con cada palabra, un placer le recorría desde los pies hasta la nuca, porque ese era su momento, ese era el renacimiento del Fénix. Sabía que cada palabra le quedaría grabada por siempre, cada una de ellas, clavada en su memoria como espinas. Los ojos de Julia brillaban de placer, la sonrisa se asemejaba a la de un vampiro que ha vislumbrado una fuente rebalsada con sangre fresca.
Negó con la cabeza y dijo: -¿No? ¿No se te viene a la mente? Jane Holland. ¿No? Verás, te refrescaré la memoria un poco. Jane conoció hace unos veintitrés años a un hombre llamado Luke Blaust. Y entre los dos hicieron el trabajo de traerme a mí al mundo –enarcó una ceja-. Conoces a Luke Blaust, ¿cierto?
Se reclinó apoyando su espalda contra el respaldo de la silla y con la mano izquierda comenzó a juguetear, dando vueltas, un anillo que se encontraba en el dedo anular de su mano derecha. La pieza era de plata y tenía un gran diamante. Ella notó cómo su movimiento logró llamar la atención de Frederick, a lo que ella sonrió, ladeando la cabeza hacia un costado.
-¿Qué? ¿Te gusta este…? Oh, entiendo. Es muy similar a uno que tenía Amelia, ¿no es así? Apuesto a que tú lo tienes, así que no entiendes cómo es que yo tengo uno igual. Pues, no puede ser el mismo que tu madre tenía, es lógico. Éste que tengo yo era de mi madre, Jane, fue un regalo de mi padre, quien admito que nunca fue muy original ya que le regalaba a su esposa y a su ramera las mismas cosas –dijo poniéndose seria-.
Era cierto lo del anillo. Amelia tenía uno igual, Julia lo sabía por una fotografía que había visto de ella en donde se veía su mano llevando la misma joya que su madre le había heredado. Nada le causó más indignación que encontrar esa imagen, aunque ya estaba bastante asqueada, porque ¿se imaginan lo que es vivir en una casa impregnada con la esencia de la mujer que le robó la felicidad a ella y a su madre?

Julia se silenció por un momento y metió ambas manos en el bolsillo del saco. Bajó la mirada y se acomodó en su asiento de manera diferente, para disimular el momento en el que volvió a sacar las manos del saco. En una de ellas había un pequeño trozo metálico, similar a una regla de unos seis centímetros, y con el elemento filoso comenzó a frotar la palma de la mano derecha. Un impulso muy común en su comportamiento, que se podía notar cuando se ponía ansiosa o triste. En ese momento se sentía extraña, y no podía identificar las emociones exactas, pero sólo sabía que quería irse de allí y desistir, dejarlo a Frederick con su mugrosa vida y desaparecer, pero había una llama en su interior, dentro de su pecho, que bombeaba sangre. Ni siquiera estaba segura de tener un corazón, pero sí admitía que había una fogata en su lugar que le hervía la sangre y le carbonizaba la carne. Julia no sabía ni podía gritar, así que prefería enfrentar y castigar a quienes les echaban leña a esa hoguera.
Frederick era para ella su verdugo, pero Julia no era ninguna mártir, y sabía que tenía la fuerza para escapar e incendiarlo a él. Sólo era cuestión de tiempo.
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Mensaje por Frederick Blaust Jue Ene 03, 2013 4:53 am

Desde que había llegado a San Francisco las cosas habían cambiado considerablemente. No extrañaba Londres como al principio, si extrañaba a mi madre, incluso a mi padre, no podia evitar preocuparme, pero aun estaba dolido por todo lo que habíamos vivido juntos. Nadie tenía idea de lo mucho que habíamos sufrido mi madre y yo, parecíamos la familia perfecta, pero todo se rompió cuando yo comencé a tener mis ideas bien definidas, por ahí de mi cumpleaños número seis, cuando rechacé uno de los regalos que me dio, un pequeño atrio de ministro y lo cambié por una guitarra que me había dado una de las amigas de mamá, quien recientemente había perdido a su hijo y casualmente era músico. Creo que desde conocí a ese joven fue cuando mi amor por la música incremento, era mucho mayor que yo, pero casi siempre íbamos de vacaciones con su familia y me había enseñado algunas cosas. Lo admiraba de verdad, lo consideraba un hermano mayor, un ejemplo a seguir, por eso cuando murió lo pasé muy mal. Pero esa había sido la primera vez que rechacé un regalo de mi padre. Casi siempre por estas fechas los recordaba más, era la época en que mi madre había fallecido, incluso habíamos peleado antes y después del funeral.

Cuando entré a la oficina de L’apollonide, vi la foto de mi madre en el escritorio y a un lado la que nos habíamos tomado con Faith en nuestro de tres meses, a veces me sentía un poco ridículo guardando instantes como esos, pero eran los que no se volvían a repetir y si era posible capturarlos, mejor. Prendí la lámpara que estaba detrás de mi silla y me senté, tenía que acomodar algunos papeles, era extraño ver la mitad de la mesa dibujos de niños de cinco años y a un lado los perfiles de las chicas que querían trabajar en el negocio. A veces me sentía sucio por tener que mezclar mis dos vidas por no poder partirme en dos. Pero era lo que había, aun me costaba trabajo pensar en decírselo a Faith, tenía miedo de arruinar la hermosa relación que habíamos formado; era intensa, pura y yo no quería mancharla con este sucio secreto. A veces pensaba que debía dejar a Christian a cargo de todo, pero después me ponía a pensar que ella no podría sola, tenía sus propios problemas como para hacerse cargo de los míos, además, Martin había dejado bien claro que debía ser yo quien cuidara de ellas y no al revés.

Dos horas después de revisar papeles salí un momento para echar un vistazo a las chicas, todo parecía en orden así que decidí volver a mi despacho.

Me sobresalté cuando vi a esa chica de oscuros cabellos esperándome, me preguntaba quién sería, quizás alguna clienta insatisfecha, pero no tenía pinta de ser una dama enojada, quizás sí, la hice pasar y cuando comenzó a hablar el mundo se me vino encima. Ni siquiera me dejó responderle el saludo, simplemente empezó a escupir veneno, pero cuando miré el anillo mi mente voló hasta el cajón secreto que había en mi closet, el mismo anillo que me había dado mi madre para la mujer con la que decidiera casarme, lo único que cambiaba era el material porque el diseño era el mismo, y fue en ese momento en que decidí que Luke Blaust había sido el bastardo más cínico que podia existir en este planeta, un maldito infeliz que no solo había lastimado a mi madre sino que había tenido la osadía de obsequiar el mismo anillo a su amante. ¿Acaso mi madre sabía de la existencia de Jane? Todo era demasiado y las palabras que brotaban de la boca de la jovencita eran como piedras que me golpeaban sin piedad, tenían la intención de herirme, dijo que su madre había muerto, la mía también, y ese maldito seguía como si nada seguramente.

Quise hablar pero ella no me dejó, se expresó de su madre como la ramera de mi padre, mejor dicho, de nuestro padre. Ese no podia ser llamado así, al menos ya no por mí. No sabía qué hacer ni qué decir, sentía que la respiración me fallaba, debía ser una broma de muy mal gusto, pero ¿de quién? Nadie sabía de la existencia de ese anillo en San Francisco, nadie sabía quién era mi padre, y la única que sabía bien el nombre de mi madre era Persephone, pero no la creía capaz, ella jamás jugaría con algo tan serio.

El carmesí que caía de las blancas manos de la chica hasta el piso me hicieron entrar en razón, la miré, era demasiado parecida a mi padre como para negar que era su hija, tenía los mismos ojos que él y que yo, el mismo cabello oscuro. Pero en sus ojos había un destello de maldad, de rabia contenida y su rostro angelical junto a esa sonrisa se volvía maquiavélico. Ya había dicho todo lo que tenía que decir, ya me había matado, me tenía de rodillas a sus pies y lo único que le hacía falta era el tiro de gracia.

Fue en ese momento en que me di cuenta de la ironía en su voz al mencionar la muerte de mi madre. Mi pobre Amelia, seguramente lo sabía, pero siempre había sido tan buena que jamás había dicho nada, ni siquiera por mí, para no herirme. La chica de oscuros cabellos no debía ser mayor a los veintiún años, aun se notaba su falta de madurez, porque seguramente sufrió, no debió pasarlo bien si su madre había muerto siendo ella chica o teniendo un padre compartido, que para este momento me habría gustado que se lo quedase ella, pero el sufrir no hace a una persona madurar sino formar una coraza de inseguridades y miedo, pero una bien afilada, una que te lastimaba con apenas acercarte.

- Lamento lo de tu madre –dije con la voz seca, pero sintiéndolo de verdad, aunque haya dicho las cosas de una manera tan cruel, yo también había perdido al ser más importante de mi vida. Amelia, esa buena mujer que me había traído al mundo, aquella mujer que en mi encontró su sentencia de muerte.

Me dejé caer en la silla y saqué el pañuelo de mi bolsa de la camisa y se lo dejé sobre el escritorio que nos separaba.

- Pudiste decir las cosas con más tacto, ¿desde cuándo lo sabes? –pregunté con furia en mis palabras, no hacia ella, ni hacia su madre, sino hacia él, al desgraciado de Luke Blaust. Él era el único que tenía la culpa de mi sentir en este momento, ¿cómo se había atrevido a hacernos esto? A ella, a la única, mejor dicho a una de las mujeres que más lo amaron en su vida. Porque seguramente la otra mujer también le había amado tanto como para aguantarse ser la segunda en su vida, porque si su hija estaba ahí en ese momento era porque lo sabía, sabía de mi madre, la interrogante es cómo me había encontrado cuando mi padre no pudo hacerlo.

Sentía unas ganas de llorar, pero me contuve, no porque me sintiera un macho sino porque no debía flaquear delante de ella.
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Mensaje por Invitado Jue Ene 03, 2013 5:06 am

Un sabor dulce recorrió la boca de Julia.
Estaba satisfecha. Su primer golpe había sido efectivo, lo veía claramente. Frederick se mostraba perturbado con sus palabras, a medida que ella hablaba todo parecía dar vueltas y estaba segura de que su hermano sentía lo mismo. Lo había debilitado sin mucho esfuerzo. El primer paso ya lo había dado. La máquina de la tortura se puso en marcha y ahora le estrujaba el corazón a aquel hombre, como si le estuviera dislocando los miembros. Igual, pero seguramente más doloroso. Por dentro se preguntaba si él se sentía tan desdichado como lo había hecho ella durante casi toda su vida, y se respondió a sí misma que aún no había sufrido lo suficiente. No, ni siquiera una vida miserable era suficiente. Él lo había tenido todo, absolutamente todo, un padre, una madre, ambos unidos, cariño y paz en el hogar, cero preocupaciones, porque Amelia no tenía el corazón en la boca al sospechar todos los días que ésa sería la última vez que vería a su amor. También había tenido una economía segura y estable y con todo ello mucha reputación y reconocimiento. Allí en Londres todos recordaban a Frederick como el niño ejemplar, tal vez un poco descarriado, pero sin muchos otros defectos o errores. No había lugar en ese mundo para Julia porque él lo abarcaba todo. Simbolizaba la corona de espinas, su corona. Oh, ¿cuántas veces Luke le había adjudicado el título de princesa? Su princesa. Y sin embargo parecía estar encerrada en una torre abandonada a la merced de un dragón enfurecido. Con sólo pensar en la paz que había carecido en su vida ya tenía un motivo para odiar a su hermano. Tal vez si Amelia siguiera viva ella se hubiera enfocado primero en esa mujer que era la primera clavija en la que se amarraba Luke, pero las cosas habían ido de otra manera y probablemente de seguir viva su madre también estaría a su lado. En fin, no existía manera alguna de descubrirlo, por lo que ellos estaban ahí, los hermanos unidos o tal vez enfrentados, sólo era una cuestión de perspectiva.
Además de tener los labios endulzados, en sus ojos se veía un destello especial. Podía entenderse como un brillo que mostraba placer o alegría, tal vez por estar en ese lugar atacando a su hermano, enfrentándolo, diciéndole que allí estaba y que no lo dejaría en paz, pero por otro lado ella y sólo ella conocía las ganas que tenía de romper en llanto. Simplemente deseaba golpearle en la cara y salir corriendo hasta el punto más alto de Chicago para gritar según le permitieran sus pulmones y más tarde lanzarse de allí y tener una muerte efectiva. Ella no solía pensar en el suicidio como una opción por su similitud con el acto de ceder, de rendirse, pero sí se automutilaba como una forma de destrucción lenta, una agonía en vida, aunque a decir verdad ya ni siquiera lo pensaba cuando se lastimaba, lo hacía de manera automática y advertía ello cuando ya sus manos estaban llenas de sangre, tal como en ese momento en el que pudo ver la mirada del hombre desviarse hasta un punto en especial que causó esa reacción de la entrega de un pañuelo. Ella observó el paño resentida, con la mirada fría a pesar de las llamas de furia que incendiaban su interior. No lo iba a tomar, claro. No iba a aceptar esa demostración de… ¿de qué demonios era? Ni siquiera entendía qué diablos estaba haciendo. ¿Tomaba una tregua? ¿Intentaba desviarla del tema? ¿Quería hacerse el buen samaritano con ella? No, no por favor. A ella no le iban ese tipo de cosas. Prefería desangrarse allí mismo antes que recibir algo de él, algo como piedad o lástima o tal vez cariño. ¿Qué quería demostrarle? ¿Qué era bueno, gentil, educado? ¿Qué era galante? ¿Qué entendía su dolor, su sufrimiento? ¿Qué no cuestionaba sus actos? Le dieron ganas de cortarle el cuello con esa misma regla metálica que estaba incrustada en la palma de su mano, entre otras cicatrices viejas. Apretó la mandíbula y desvió la mirada por un momento mientras metía ambas manos en sus respectivos bolsillos. Odiaba cuando la gente percibía esa dolorosa costumbre que tenía. Todos la observaban con lástima o con asco luego de enterarse de ese secreto. Por eso se cubría las cicatrices o se las hacía en lugares difícilmente visibles. No necesitaba la lástima ni la comprensión de nadie. Ni mucho menos el desprecio. Prefería la indiferencia y morir en soledad. Al demonio con todo, no quería el cariño de nadie.
Desvió sus pensamientos de un segundo a otro con máxima efectividad luego de soltar un leve bufido. Temía que la escena se desmoronara o que perdiera el control de la misma, algo que ciertamente no estaba dispuesta a permitirse porque tenía que acabar con la entrevista dejándolo severamente herido. Pensó con gusto nuevamente en el dolor que podría olerse por la forma en la que lo emanaba. Sus movimientos evidenciaban lo mucho que le molestaron sus palabras. Lo perturbado que se sentía. Lo que sí le resultó extraño fue ver cómo en sus ojos se notaba la resignación, como si hubiera creído sus palabras sin pensárselo dos veces. Creía que él negaría absolutamente todo y que ella tendría que meter el dedo en la llaga más profundo para hacerle entender la realidad. Pero allí estaba: destrozado. Como un perro mojado. Dolorido. Como si le hubieran quitado un brazo o peor. Era irónico saber que era ella la única persona capaz de comprender su dolor. Ver cómo la gran imagen del padre poderoso estaba siendo derribada, ladrillo a ladrillo, de a poco, lentamente, pero sin manera de revertir la situación, de evitar la caída. ¿Qué sentiría, Frederick, al saber que había otra mujer en la vida de Luke? ¿Sentiría lo mismo que ella cuando descubrió la existencia de Amelia? ¿Se preguntaría, acaso, cómo era Jane, cómo eran sus ojos o su cabello o su cuerpo o su voz? ¿Se preguntaría si él besaba de la misma manera a su amante como lo hacía con su esposa? ¿Entendería, algún día, que había hecho el amor con ella al igual que lo hacía con Amelia? ¿Pensaría en las veces que vio a su padre a los ojos y le devolvió la sonrisa cuando él aún tenía impregnado el aroma del cuerpo de otra mujer? Tal vez se sintiera asqueado si de verdad lo pensaba. Tal vez estuviera ahora buscando en su mente ese aroma en particular. O esa llamada telefónica que no tuvo que escuchar. O esa sospecha que se le presentó cuando él desapareció en medio de la noche bajo una fútil excusa. Ah, el placer de revivir los sentimientos no solo en carne propia sino viéndolos proyectados en esa mirada azul. Tan azul como la suya. Dios, qué mirada azul sin igual, sólo ella compartía esos tonos específicos. Se preguntaba si él imaginaba a su padre pintar el retrato de una niña, hacerle los ojos azules, hermosos y enormes ojos azules, con esas tonalidades frescas y esa devoción especial como si el pincel fuera una extensión del cuerpo de una mujer divina. Y se asqueó al pensar que, cuando le dibujó los ojos a Frederick, la lengua de Luke sobresalía por encima del labio inferior, como muestra de la concentración excesiva a la hora de hacer su primera y única obra de arte. Suspiró y observó el vidrio que recubría la ventana para ver el reflejo de ambos y descubrir si eran tan parecidos como ambos creían, porque estaba segura de que él pensaba igual en ese sentido. ¿Qué diría Amelia, qué diría Jane, al saber que sus hijos, tan distantes, tan lejanos, tan ajenos, se ven sorprendentemente similares entre sí? Pobre Jane, lo que le tocó vivir…
Pero ahora ella no le tenía compasión a su madre sino más bien a sí misma, al tener que escuchar su voz lastimera, esas palabras que brotaban de una boca hipócrita. ¿De verdad lamentaba lo de su madre? ¿Acaso no desearía su muerte de estar Jane viva? Porque ella tenía que admitir que en un momento llegó a desear el fallecimiento de Amelia. Pero, ¿él sería tan patético de lamentarse sobre una persona desconocida, totalmente desconocida, que encima era completamente despreciable por ser la bastarda de su padre? Tuvo ganas de reír, pero no cambió su semblante inexpresivo. En realidad tenía más ganas de escupirle en la cara antes que reír. Y luego destruirle la oficina y marcharse. Qué buena idea. Qué placer imaginar aquella situación. Qué alivio sentiría. Algo muy diferente a lo que percibía en ese momento, esas ansias, esa furia, esa angustia y el dolor intenso en su mano. Le ardía mucho. Era como si la cicatriz nueva consumiera a las viejas. Le dolía más que nunca y no paraba de sangrarle. Demonios, le costaría sacar las manchas del saco ese. Aún tenía sábanas con las manchas permanentes de esas noches en las que se dormía a propósito para calmar el dolor de su carne.
Pero, ¿qué le dolía más: Frederick o su herida?

Puso los ojos en blanco.
-Pues no, sinceramente no tengo tacto. Carezco de él. Uno pierde esas cosas cuando encuentra un maldito cadáver colgando de un árbol en el jardín de tu casa. Uno se vuelve más insensible al ver que a la gente le importa un bledo tu sensibilidad –dijo con voz elevada y notablemente enfurecida-. ¿Acaso tú me lo dirías con más tacto? ¿Me abrazarías y me besarías la frente y me dirías que eres el hijo de la amante de mi estúpido padre? No, no lo creo. Para ser más sensible contigo debería dormir entre algodones como lo hiciste desde siempre hasta que las marcas de mi piel se me borren.
Tomó aire para continuar con su discurso pero se detuvo porque estaba perdiendo la calma. No tenía sentido seguir con ello. En su lugar sonrió mostrando sus blancos dientes y así le cambió el semblante por completo, como si no conociera el enojo en absoluto.
-¿Desde cuándo lo sé? Ya ni lo recuerdo. ¿Hace una década, tal vez? No importa eso, lo cierto es que tu padre no ha podido mantenerse dentro de sus pantalones fuera de casa por veintitrés años. Interesante, ¿no? Déjame decirte que eso no mejora la reputación de tu madre. Supongo que cuando dio a luz a un bebé gordo y rosado sus encantos se entregaron drásticamente a la gravedad. ¿Sabías que mi madre era diez años menor que él? Era como una ciruela jugosa y dulce. Aguarda un momento –levantó el dedo índice de su mano derecha y con ella comenzó a rebuscar dentro de su cartera, la otra mano continuaba dentro del saco, sangrando-. Aquí está. Mira qué par de tortolitos –depositó una fotografía acompañada de un fuerte golpe sobre la mesa, allí se veía Jane y Luke juntos, la mujer estaba embarazada-. Y yo también salí en esa foto, ¿me ves? Ah, ese gran vientre abultado, emocionante. ¿Sabes la cantidad de tardes que me pasé en tu antigua residencia comparando mis fotos con las de tu familia para ver en cuál de ellas se veía más feliz? Quería saber qué mujer le hacía sonreír más a nuestro padre. Ambas eran muy buenas en lo que hacían. Cuando Amelia murió Jane intentó consolarlo con la sonrisa más grande, pero no fue suficiente y él la rechazó, una vez más –terminó su frase con un hilo de voz-. ¡Oh! Tengo una cosa que mostrarte. ¿Alguna vez pensaste que, de tener una hermana menor, disfrutarías viendo sus obras de arte? Yo tengo mi pequeña colección Mira, este dibujo –le alargó un papel- lo hice tres días después del entierro de mi madre. Hasta ese momento no había podido conciliar el sueño, y pensé que la mejor manera para lograrlo era dejar ir la imagen del cadáver de Jane así que dibujé todo lo que me había quedado en la memoria. Nada mal, ¿eh? –dijo con una sonrisa enorme y los ojos expresivos. El dibujo era tan sólo un bosquejo a lápiz, de líneas imperfectas que evidenciaban trazos nerviosos de una mano temblorosa, que retrataba el rostro de su madre muerta en el ataúd; una fina línea se dejaba entrever en el cuello.

La ansiedad de Julia iba en aumento a medida que hablaba, porque su discurso se hacía cada vez más veloz y extenso, con un carácter violento acentuado en algunas palabras. ¿Cómo empezar a drenar el dolor? ¿Había que hacerlo gradualmente o era mejor dejarse desangrar en cuestión de segundos?
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Déjame ponerte al tanto de mi situación. | Privado. Empty Re: Déjame ponerte al tanto de mi situación. | Privado.

Mensaje por Frederick Blaust Jue Ene 03, 2013 5:14 am

En cada palabra que Julia pronunciaba se podía sentir la saña con que lo hacía, comenzaba a ponerme furioso, jamás nadie me había hablado de ese modo, quizás tenía razón y yo había nacido en una cuna de oro y por mucho tiempo fui un niño afortunado, pero como todos los chicos que viven la misma situación que ella, no tenía idea de lo que era, las fotografías podían decirle mucho y ella podía sacar las conclusiones que se le antojaran, pero no tenía idea. La dejé que siguiera envenenándose el alma con sus pensamientos carentes de sentido y de argumentos, no podía decirle nada, tenía derecho a sacar todo lo que estaba sintiendo, pero cuando mencionó a mi madre no pude evitar encenderme. Ya no era el mismo Frederick respetuoso de su luto o de su sentir por haber nacido bastarda sin elegirlo. En ese momento tenía a Luke Blaust frente a mí, en forma de muñeca, en cuerpo de mujer, el demonio mismo se había apoderado de mí, de los dos, porque cuando alguien se metía con mi madre conocía el lado más oscuro de mi ser.

- No te permito que juzgues a mi madre, descarga tu ira conmigo, con Luke, con la pared o con esa navaja que te está cortando la vida poco a poco, pero con mi madre no te permito que te metas. Jamás en tu vida quiero que tus labios vuelvan a pronunciar su nombre, no sabes nada de ella ni de mí. ¿Crees que por vivir unos meses en la casa de Blaust ya sabes todo de nosotros? Estás equivocada, una foto jamás suplirá quienes fuimos, lo que vivimos ahí, y tu jamás podrás entender el dolor que había en sus ojos.

Me temblaban los labios de coraje, después sacó esas fotografías y fue como rematarme una vez más, casi pude sentir como el gozo que venía con sus palabras golpeaba mi rostro, eran como látigos y mi piel estaba a su merced, todo yo. Había algo siniestro en esa chica, compartíamos la misma sangre, los mismos ojos, el mismo color de cabello, el mismo dolor, pero no sabíamos nada el uno del otro. Ella creía que sabía todo de mí, pero no, no tenía idea de lo que era vivir en un castillo de cristal en el que a menudo las paredes sangraban, en que los pisos se mojaban con el llanto de una mujer que detrás de su piano desahogaba su sentir. Que acompañaba su dolor con las sonatas más tristes. Esa chica no tenía idea de quién había sido mi madre así como yo no tenía idea de quién había sido la suya.

Miré la fotografía y después la miré a ella, demasiado parecida a su madre, le faltaban las pecas y el fuego de su cabello, pero en el fondo eran muy parecidas. Se podia ver a Jane en Julia, la única diferencia entre las dos es que la mirada de la pelirroja que presionaba la mano de mi padre sobre su abultado vientre era de felicidad, llena de inocencia, radiaba, así como las fotografías que había visto de mi madre cuando me esperaba. También había otra diferencia entre ambas fotografías, en ninguna de las fotos que tenia de mi madre con el vientre a punto de reventarle estaba él.

Sus palabras iban afilándose conforme su respiración se agitaba, estaba loca de dolor, de resentimiento y buscaba herir, golpear sin fijarse el punto al que sus golpes iban dirigidos, era el simple hecho de herirme, de hacerme sentir quizás lo que ella había sentido. Y después entendí tantas cosas, comprendí por qué a mi padre le hacía un poco de ilusión cuando aquella pequeña de cabellos cenizos se sentaba en el regazo de mi madre y le contaba sus chistes o sus aventuras en sueños. Ahora entendía que veía en la “hija adoptiva” de mi madre a Julia, a su propia hija. ¿Habría deseado mi padre que Julia fuese hija de mi madre para ser totalmente feliz? Jamás lo sabría.

- Es precioso –dije con ironía, si ella quería que jugásemos el juego donde ambos nos tirábamos a golpes como buenos hermanos, entonces lo haríamos, porque como bien dije, nadie se metía con mi madre y su memoria, con su dolor que nadie había vivido como yo, ni siquiera Luke se daba cuenta del daño que le hacía. Yo nunca pensé que podría hacerle esto, engañarla y todavía tener el descaro de vivir una doble vida, una donde quería enseñarme a ser un hombre cuando él no lo era, y otra donde la mayoría de sus viajes debían ser a la casa de Julia y Jane, me sentía asqueado de compartir el adn con ese malnacido. Sentía algo que jamás había experimentado en mi vida, ni siquiera cuando me golpeo, ni siquiera cuando le dije que sabía que había deseado la muerte de mi madre, jamás había odiado a mi padre como lo hacía en este momento. Y no, no culpaba a Jane, ella había sido una víctima más de sus enredos de su ego que quería seguir elevándose a costa de quien fuera, ni siquiera sentía odio por Julia que me atacaba sin compasión para saciar el luto que aun le guardaba a su madre. No, era él a quien debía acusar, mi padre era el causante de todas las desgracias de sus desafortunados hijos. Tal vez mi madre no se había colgado de un árbol, pero había vivido toda su vida asfixiándose dentro de ese sarcófago al que le llamábamos hogar.

- No, no te habría abrazado, ni besado ni dicho que todo va a estar bien porque claramente no lo estará, al menos no en mucho tiempo, pero habría respetado a tu madre, que sí, fue la amante de Luke, pero al fin y al cabo es tu madre, y odio meterme con las madres de otros, aun cuando esas madres hayan sido las culpables de muchas cosas que afectaron a la mía o quizás ni eso. Yo no sé cómo era tu madre y por lo tanto no pienso juzgarla, pero sé cómo era él, sé que conseguía lo que quería y a quien quería. Está claro que nunca imaginé que sus ansias de poder y elevar su seguridad lo llevarían tan lejos, pero creo que como mi madre la tuya fue demasiado ilusa, lo amó y dio su vida por él, por ese imbécil que no merecía nada, ni de Jane –era la primera vez que pronunciaba su nombre en alto y sentí como la voz me temblaba, sentía que le faltaba al respeto a mi madre, a ella misma, me sentía demasiado hundido.

¿Por qué era así? Porque no podia ser como ella y culpar a su madre del sufrimiento interno de la mía, por qué no me daban ganas de matarla por hablarme así, por aventarme esa piedra sin temor ni permitiendo que me cubriera. ¿Era un cobarde acaso?, dudaba que su madre la hubiese instruido para ser así, alguien que busca consolar a su amante después de que perdió a su esposa no es alguien que le inyecta veneno al alma de su pequeña hija. Luke tenía la suerte de encontrarse con mujeres que lo amaban y él lo único que hacía era destruirlas, por dentro y por fuera.

Pero había algo que no me cuadraba, mi madre jamás perdió su belleza después de tenerme, nunca dejó su cuerpo caer en la decadencia y mucho menos descuidó a mi padre. Era la esposa que todos deseaban, tampoco era muy vieja, solo era cinco años mayor que la madre de Julia. Pero en aquella duda llegó la respuesta. Mi madre no pudo darle más hijos y el que le había dado era un pequeño soberbio que no quería someterse a sus deseos de convertirse en un ser de piedra y un robot. Por eso estaba en la foto con Jane sosteniendo su vientre, por eso sonreía y parecía sentirse orgulloso de ser padre. Quizás creía que en ese bulto vendría el Blaust que él estaba esperando, aquel que no solo heredaría su mirada de hielo sino que vendría a hacer todo lo que él siempre había querido. Esa era la razón por la que Luke había seguido con su aventura por tanto tiempo, tal vez había comenzado para sentirse deseado o amado por una chiquilla, pero el clímax de su vida doble era Julia. Es por eso que a veces tomaba a mi madre de la cintura y bailaba con ella después de volver tarde del trabajo, es por eso que recordar la sonrisa de mi madre y ver la ilusión en sus ojos cuando él volvía a amarla me hacía sentir tan desgraciado y me hacía ver a mi padre como el gusano miserable y repugnante que siempre había sido.

Me levanté de mi lugar con la foto en mis manos, me puse frente a ella recargado en el filo del escritorio e hice volar la imagen hasta sus piernas, la miré con la misma crueldad que ella me había visto cuando llegó y supo que su propósito se había cumplido en primera instancia.

- Debe estar feliz de haber engendrado al mounstro que tanto anhelaba. Lo lamento por tu madre, imagino el dolor que habrá sido lidiar con los dos.Tienes las agallas suficientes para pararte frente a una multitud y hacerlos temerte pero amarte a la vez, de eso va la política, ¿sabes? –levanté una ceja y la miré como si frente a mi estuviera él.- ¿Qué pretendes al estar esta noche aquí? Porque es obvio que la noticia no querías dármela, pudiste enviar una postal. –pero antes de que pudiera decirme algo más, llevé una de mis manos a su mejilla y la acaricié con el dorso-No voy a repetirte de nuevo que el nombre de mi madre en tu boca es una blasfemia mucho peor de lo que fue en la boca de tu padre.
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Mensaje por Invitado Jue Ene 03, 2013 5:19 am

Julia se deleitó al ver cómo el semblante de su hermano iba transformándose gradualmente.
En esa escena ella hacía las veces del diablo, quien siente placer al descarriar a las personas del buen camino, y que se siente satisfecho cuando ve el odio en los ojos de sus súbditos. Y ella sabía que de ser una personalidad mitológica sería Eris, la diosa de la discordia. Le gustaba crear problemas más allá de las razones por las que lo hacía. Le gustaba desarmar a su oponente, ver cómo sus mejillas se encendían por la ira, o cómo los ojos se le llenaban de lágrimas.
Y allí estaba su prueba máxima, su gran obra de arte (porque era una artista, ciertamente, en eso de hacer enfurecer a los demás), allí estaba Frederick Blaust: un hombre de veintiséis años, físicamente imponente, con barba en el rostro y manos inmensas, temblando como una hoja por acción del viento que quiere salvarla del pisotón de un gigante sin piedad. Ella tenía su pie sobre los miembros de su hermano, y estaba haciendo trizas cada uno de sus huesos. Sabía que algo le haría reaccionar, tal vez la crudeza con la que hablaba, o los detalles sobre la muerte de Jane, el dolor de un padre mentiroso o la simple mención del nombre de su madre. ¡Una lotería! Había demasiadas posibilidades y ella estaba ansiosa por ver cuál era la ganadora. Tenía un repertorio completo, con muchos detalles, y quería usar cada uno de ellos. Quería extenderse cuanto fuera necesario. Frederick no la echaría, de eso estaba segura. ¿Por qué lo haría? La curiosidad es la mayor debilidad del hombre, él no podría irse a dormir luego de conocer a su hermana, hija bastarda de su padre, que tenía tanta información. ¿No se preguntaría, acaso, cómo Luke había conocido a Jane, o lo que él le decía de Amelia a su amante? ¿No comenzaría a rebuscar en su intrincada biblioteca de recuerdos si alguna vez había visto, a lo lejos, a una niña con los mismos ojos que él? ¿Y si se habían cruzado en Londres sin darse cuenta? ¿Y no le intrigaría saber qué había sido de su padre? Podría pensar que él la había mandado para ir en su búsqueda, o que ya había muerto y ahora ella quería… no, no creía que el joven fuera tan inteligente para llegar a esa hipótesis. Él era muy débil, muy blando, muy sensible. Seguramente eran rasgos heredados de su madre. Qué horror. Tanto asco que sentía por ambos. Sabía que si él moría ella nunca se encargaría de juntar los restos de madre e hijo. Jamás.

Elevó el mentón suavemente y abrió la boca formando una sonrisa satisfecha cuando oyó sus palabras brotar como lava ardiente.
¿Juzgar a su madre? ¿Quién demonios juzgaba a su madre? Ni siquiera hacía falta hacerlo. Simplemente estaba diciendo la verdad, la real situación. Era obvio que algo había hecho mal para perder a su marido. Ni Luke, ni Jane, ni Julia tenían la culpa de eso. O era Amelia o incluso podría ser Frederick, pero nadie más. Tal vez la mujer se había dedicado demasiado a su bebé, dejándolo dormir en el medio de la cama las noches que tenía fiebre o rechazando cenas íntimas por ir al cine con él. Es un hecho: los hijos arruinan, en la mayoría de los casos, los matrimonios. Y en ese caso era lo más probable, aunque no lo sabía con certeza. Julia le había preguntado a su padre por qué había comenzado con su doble vida, más él nunca quiso responderle. Y se llevó la verdad a la tumba. No sabría nunca quién le había fallado exactamente, pero lo que sí era cierto era que su madre y ella sólo le habían dado la felicidad y la calma que él necesitaba.
Pero su expresión facial se tornó severa en cuanto mencionó la navaja que tenía en su mano. Había sido un buen golpe, tenía que cederle eso. Sin embargo no dijo nada al respecto, lo mejor era esquivar sus dardos, eso le enfurecería más.

Comprendió que tenían algo en común: su amor incondicional por sus madres.
Vaya, eso desataría problemas. ¿Qué peor que dos personas fieles a bandos opuestos? Imposible imaginar un final feliz, pero de cierta manera eso le daba una chispa especial. Sabía que su talón de Aquiles era Amelia, pero aún contaba con otro pie sano y más tarde iría a por él… en cuanto pudiera hablar de Faith Everett. Se mordió el labio inferior en cuanto pensó en ella. Era su pieza más interesante porque ella estaba viva, no como Amelia, a quien sólo podía atacarle la memoria. Pero la muchachita de interés de Frederick era una llave muy valiosa que prefirió guardar para abrir una puerta más impenetrable. Por el momento aún la situación se mantenía como ella lo había imaginado en sus miles de representaciones mentales.
Asintió concediéndole la razón a sus nuevas palabras. Segundo punto en común que compartían: el odio por su padre, aunque si bien ella no lo quería, el hijo varón lo despreciaba más que Julia. Bien por él. Un problema menos del cual ocuparse. No iban a tener discusiones a la hora de difamar a Luke. Tal vez Frederick le diera el dinero más fácilmente ahora que se lamentaba tener los genes del hombre, y no quisiera tener nada más que haya sido de él.
No llevaban ni quince minutos hablando y ya sabía de dos debilidades y dos puntos en común. En cualquier momento el juego de ajedrez tomaría más color.

Se echó hacia atrás automáticamente en cuanto su acompañante se acercó y le dedicó una mirada defensiva. Ladeó la cabeza. ¿El monstruo que tanto anhelaba? Pero, entonces, ¿no le había bastado con él? Porque Frederick no era mucho mejor que ella. De haber sido el hijo perfecto ella no existiría en primera instancia. ¿Acaso el joven quería lastimarla? ¿Quería hacerla enojar? No, ella sabía que lo menos sensato era enojarse, sabía que era conveniente mantener la calma y reír como una loca por todo el dolor que se notaba que sentía. Pobre Frederick, pobre. Casi le daban ganas de abrazarlo y luego romperle el cuello. Contuvo la risa sólo para no quebrar el discurso y restarle la belleza a la situación.
No entendió su mención sobre la política. Luke nunca le había mencionado nada al respecto, pero le gustó oír saliendo de su boca ese tipo de comentario, le daban ganas de ser gobernante ahora y esclavizarlo como lo haría la Reina de Corazones en su tétrico reinado.
A veces Julia perdía la cordura un poco e imaginaba situaciones de lo más descabelladas y se desconcentraba, algo que en ese entonces odiaba porque no quería perder el hilo de la conversación… y hubiera mantenido la calma por mucho más tiempo si él no la hubiera tocado. Quitó la mano de su mejilla en un movimiento brusco y se levantó con la fotografía en su mano izquierda. Su respiración iba en aumento. Casi olvidaba que tenía su otra mano en el bolsillo y estuvo a punto de sacarla en esa vertiginosa situación.
-Debería resultarte una blasfemia saber que tu padre hizo el amor con la tuya al llegar a casa luego de un encuentro amoroso con la mía –enarcó una ceja y mostró una sonrisa torcida, casi perversa-. Ahora que lo pienso, ¿te imaginas lo incómodo que habría sido para tu madre escuchar el nombre de la mía en pleno acto sexual? –comenzó a reír descaradamente, aunque aquella era una risa teatralizada- Vamos, no te molestes conmigo, tú bien sabes que Amelia me tendría más piedad que tú si estuviera viva ahora. Sé un buen hijo para ella, has que su estadía en el infierno sea un poco menos cruel. Obséquiale la tranquilidad de saber que eres una buena persona, después de todo debes pagarle el gran esfuerzo que hizo viviendo en aquella casa horrorosa. Tú bien sabes que lo hizo sólo por ti. Básicamente fuiste cada uno de los clavos que la crucificaron en esa cama matrimonial.
Si la enfurecías debías pagar las consecuencias. Y con ella no existían los grises. O sufrías o simplemente le ganabas la batalla. No había un lugar intermedio. Y se preguntaba cuánto tardaría su estúpido hermano en comprender eso, cuánto más se incendiaría por sus palabras que después de todo eran sólo eso, estructuras formadas por letras, nada demasiado importante como el dolor que se siente en el alma, como ese dolor que ambos sentían en el alma. He aquí una tercera cosa en común: el dolor.
-Ahora bien. Iré al grano. Comprendo que no todo puede ser diversión en la vida, uno a veces debe ponerse serio. Necesito, oh, hermano mío, tu ayuda. Necesito unas cuantas firmas tuyas para ayudarme a subsistir, sólo eso. O bueno, tal vez un poco de sangre –rió-. Me encantan los sacrificios, tú sabes… Así que, ¿quieres oír la gran noticia gran que tengo para ti? Te sentirás mucho más feliz luego de haberla oído, y mucho más culpable también. Pero puedes redimir tus actos y ser un buen hermano conmigo, al menos por la memoria de nuestra adorada Amelia –bajó la cabeza como haciendo una reverencia en honor a la memoria de la mujer-.

¡Le encantaba el teatro! ¡Le fascinaba el drama!
Y había comenzado la función y ahora no había manera de detenerlo, al menos no hasta clavarle el puñal en la espalda, como en cualquier obra dramática.
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Mensaje por Frederick Blaust Jue Ene 03, 2013 5:21 am

No sabía por quien sentía mas odio en ese momento, si por mi padre que se había burlado de mi madre durante tantos años o por ella que hablaba de ella como si tuviera un amplio conocimiento de su vida. No tenía idea de quién era. Odiaba que hablara de mi madre, no soportaba que su vocecita la mencionara, me aparté de la mesa dando un golpe igual que ella había hecho. Mi mente estaba llenándose del veneno de Julia Blaust, la menor de todos los Blaust, al menos por parte de mi padre, tenía ganas de tomarla del cuello de su suéter y sacarla de ahí a patadas, pero algo me hizo reaccionar. ¿Cómo es que ella había dado con este lugar? Nadie lo sabía, mi padre ni siquiera sabía dónde vivía, me había borrado lo más que podia de su vida, pero esa pequeña sanguijuela me había encontrado o lo había hecho él, seguro que sí, ella no podía haber hecho todo solo.

-En realidad me tiene sin cuidado las cosas que ese haya hecho con tu madre, lo morboso no alcanzó a llegarme, pero creo que tú te has gastado la mitad de tu vida imaginándote a mi madre riéndose de la tuya porque ella si era la ama y señora de una mansión mientras que tu madre estaba escondida bajo llave en esa cueva, ¿no? Se nota en tus palabras, se puede ver en el veneno que recorre de tu boca a tu cuello y en esa sangre que no es roja sino negra. –las teclas del piano de mi madre comenzaron a sonar, con su amor por Beethoven, todas las sonatas que había tocado en él, con sus sueños rotos debajo del fino material del instrumento. Probablemente desde que mi padre la conoció repudió la música, su música, su arte, la vida de Amelia, el brillo de sus ojos, su anhelo más grande, pero él se lo había quitado todo. Debió ser por eso que nunca me dejó acercarme a una academia de música de pequeño, mientras los hijos de sus amigos iban y venían, tocaban instrumentos y amenizaban las fiestas de sus padres con su arte, yo me sentaba en un rincón a mirarlos, porque Luke Blaust sabía lo que pasaría si él me dejaba amar la música, me descarriaría, me perdería, así como una vez estuvo a punto de perder a mi madre a causa de ella. Durante su noviazgo ella fue concertista, pero él no la dejó seguir volando, le arrancó las alas al pedirle matrimonio, sabiendo que amándolo como lo hacía, dejaría todo por él, incluso su vida entera. Fue en ese momento en el que todo apareció en que la vi, ahí tocando la sonata a la luna, esa mirada dulce, su voz suave mientras me explicaba qué notas debía tocar para hacerla sonar. Su sonrisa al interpretarla, el llanto silencioso al recordar lo que pudo haber sido. Y también lo pude ver a él llegando con su singular alegría fingida en el rostro, alegría de venir de casa de Jane seguramente, y como su sonrisa se borraba cuando veía a mi madre sentada tocando el piano como quizás nunca lo había tocado a él. El sonido de la tapa cerrándose sobre los finos dedos de mi madre y el grito que su boca dejo escapar, ahogándolo enseguida para que nadie se diera cuenta, levantándose y sobándose como un fiel animal herido. ¿Cómo podia un niño de tan solo seis años comprender lo que sucedía? Era imposible.

-No creo que mi madre habría tenido compasión de un ser tan cruel como tú o espera –la miré de pies a cabeza y después asentí- sí, probablemente si mi madre hubiese vivido aun cuando la tuya murió, te habría cobijado como la hija que no tuvo, te habría brindado su cariño sincero, sus buenos consejos y te habría dejado llorarle a tu madre como debiste hacerlo, pero no habrías estado sola. Pero es obvio que jamás ibas a verlo, porque tu corazón está cegado por el odio. Solo te puedo decir una cosa sobre mi madre, jamás habría sentido lastima por ti.

Quizás tenía razón en que por mi había aguantado muchos de los desaires de mi padre, pero mi madre estaba enamorada, lo amó hasta el día de su muerte, tal vez murió con la esperanza de que él un día aceptara que yo amaba la música y la literatura y no la política como él tanto quería. Levanté la mirada entonces para responderle.

-¿Ves? Crees saberlo todo, si bien mi madre era infeliz por muchas cosas también amaba a tu padre del mismo modo que la tuya, no sé quién lo amó más, pero de que sacrificaron cosas por él las dos lo hicieron, tú te quedaste con la versión de la pequeña bastarda mártir que sufría por las ausencias de su padre mientras el otro hijo disfrutaba de una vida plena y llena de juegos, en la que él venía a casa y jugaba conmigo a las peleas, en la que me enseñaba a andar en bicicleta o a jugar fútbol, típico de telenovela. Pero había mucho más ahí, no niego que estuvo conmigo, pero después de que aprendí a hablar se fue alejando cada vez más de mí, seguramente por ti, tal vez porque estaba muy ocupado haciendo las cuentas para mantener a sus dos familias o probablemente porque estaba trazando su plan para llevarme a la política. La casa de mi madre solo era horrorosa cuando él estaba ahí, cuando ella no podia tocar su piano porque el muy infeliz tendría el descaro de partirle los dedos en dos por haberse atrevido. ¿Viste el piano de mi madre? ¿Lo tocaste alguna vez? Bonito adorno, ¿no? Eso era el piano en nuestra casa y en nuestra vida color de rosa, un objeto más de decoración, ella no tenía permiso de tocarlo, pero eso no lo sabes porque estabas mas ocupada hurgando en las fotografías, quizás en sus joyeros, para ver lo que sí tuvo y tu madre no.

Volví a acercarme a ella, y tomé su mano, esa donde tenía el anillo puesto, se la solté de inmediato y caminé hasta ponerme detrás de ella, apoyando mis manos en el respaldo de la silla, no podia verla, era como su madre, pero tan distinta a ella. La mirada de la pelirroja evidenciaba que era una buena persona, un alma bondadosa, alguien de quien un demonio como Luke Blaust podia aprovecharse. La giré con brusquedad y la obligué a mirarme mientras hablaba, por momentos no entendía lo que decía, hablaba tanto, decía tantas cosas a la vez que prefería silenciar su voz y tan solo quedarme con sus gestos llenos de agonía hiriente.

Por fin había comenzado a decir algo que interesaba, su propósito de estar sentada en esa silla. Pero aun seguía la duda de cómo había ido a parar al lugar, aunque era obvio que mi padre me había investigado. ¿Qué más sabría? ¿Qué intenciones tenia al venir a restregarme sus morbos existenciales?

Pero cuando habló de firmas me temí lo peor, sí, mi padre debía estar muerto. Yo no tenía por qué firmarle nada a menos que él se hubiera muerto sin dejarle un solo centavo. Pero nuevamente menciono a mi madre con esa confianza y esa risita maldosa en sus labios.

No sabía si arruinarle la sorpresa o esperar a que la dijera ella, lo mejor era esperar, pero de una cosa si estaba seguro, no tenía nada de qué sentirme culpable, al menos con él no. Había sido mi padre, pero un padre ausente, carecía de amor, conmigo no había sido el padre que un chico admira, yo nunca quise ser como él y por algo debía ser.

-He leído suficientes tragedias como para querer formar parte de ellas, qué quieres, dilo de una vez –tenía ganas de gritarle que después se largara por donde vino. Sentía el corazón latiéndome, saliéndose de mi pecho, pensaba en mi madre, en su sonrisa y esa duda incontrolable crecía cada segundo más, ¿ella sabía que mi padre la engañaba? ¿Jane jamás intentó dejar a Luke? Pensé en las veces que él me dijo que era una deshonra para su familia, un maldito cobarde y un débil por amar el arte y no las leyes estúpidas del hombre. Ahora mejor que nunca sabía que había tomado la decisión correcta al alejarme de él.
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Mensaje por Invitado Jue Ene 03, 2013 5:26 am

Debilidad. Un sinónimo de Frederick Blaust.
Para ella ese hombre era el símbolo oficial de la debilidad. Se notaba a leguas. Ya lo había descubierto incluso sin conocerlo, porque había huido, se había marchado sin saber cómo enfrentar a su padre. Eso sólo denotaba debilidad, miedo, cobardía. Y sobretodo para Julia quien creía firmemente que una persona incapaz de perseguir sus ideales no merecía estar viva. ¡Qué desperdicio de vida! Al final Amelia se había sacrificado por un niño que nunca se convertiría en hombre, y su padre nunca estuvo con ella por ese mismo engendro. Ella sí sabía lo mucho que Luke amaba a su esposa, que aunque Jane representaba una parte vital de su vida, nunca llegaría a ser tan importante como Amelia, pero tal vez… tal vez si ellos no hubieran tenido un hijo él se hubiera separado de aquella mujer. Uno ya lo sabe: es más difícil vivir la vida cuando tienes que velar por una ajena. Así que se fastidió al ver cómo todas las vidas que comprendía esa historia habían sido derrochadas sólo por él, por Frederick. Más que nunca tenía la necesidad de destruirlo. ¿Acaso creía que ella iba a ceder fácilmente? ¿Pensaba que con decir algunas cosillas ofensivas de su madre iba a ponerse a llorar y huir del lugar? Julia odiaba a cualquiera que atacara la memoria de Jane, pero con su hermano era diferente porque lo esperaba, sabía con certeza que él se defendería de esa forma. ¿Creía que era estúpida? No, por supuesto que no lo era. Ella no tomaría ni una sola palabra de esa persona, simplemente no podía hacerlo o perdería la jugada. Era obvio que si lo atacaba, eventualmente, él le devolvería el ataque con la misma moneda, haría sus movimientos, intentaría derribar a la reina y… jaque mate. Pero Julia estaba un poco demente, ciega de ira, y tenía muchos más defectos que virtudes, pero aún no perdía el sentido, aún era capaz de razonar y podía defender sus piezas, hacer una fila impenetrable. Era muy buena jugando a la hora de lastimar a las personas porque disfrutaba tanto haciéndolo y acostumbraba a hacerlo tan a menudo que sabía que muchos la odiarían, estaba habituada al desprecio, ya las palabras no le llegaban. Ella era una experta en eso, así que si Frederick quería derribarla tendría que encontrar otro ángulo o utilizar otras herramientas. Ni siquiera la violencia la asustaría, ni las miradas severas. Nunca había tenido un padre, ¿qué le hacía creer a su hermano que al comportarse como si lo fuera ella cambiaría de parecer?
Y es que no estaba ni cerca de entender sus sentimientos y razones. Él creía que su odio estaba basado en las necesidades materiales que había sufrido de pequeña o que su padre no se quedaba a terminar el puzzle luego de la cena o que sólo tenía una especie de síndrome de mártir. Ella no tenía idea de la religión ni mucho menos de los mártires así que no sabía cómo ser uno. Si bien era insegura, se creía el ser más fuerte de la tierra cuanto más la desafiaban. Sólo tenía que esperar y los demás tendrían que acompañarla en su espera y el dragón le brotaría del pecho. Así que sus reproches no se relacionaban con carencias, sino que simplemente no lo soportaba. Lo había odiado desde el momento en el que supo de su existencia sin razón alguna, ¿por qué iba a cambiar sus sentimientos ahora? ¿Pensaba que sus bonitos ojos azules le harían caer a sus pies? No, claro que no. Ella no lo quería y punto. Fin del tema. No quería a nadie relacionado con la familia Blaust. Podía entender que Amelia había sido una mujer perfecta, adorable y soñada, pero había sido ella la razón de la angustia de su madre. Había sido ella el motivo por el que Jane no dormía ni comía, y tomaba pastillas todo el tiempo y se olvidaba al final de ir a buscarla a la escuela. Amelia había sido el motivo por el que, cuando despertaba, se dirigía a la habitación de su madre con temor de encontrarla muerta de angustia. Amelia había sido la que causaba la depresión de su madre y quien la había matado al final. El fantasma de Amelia, y la presencia de Frederick. Oh, no, él no tenía idea de lo que era escuchar a su padre quejarse por ese hijo que podría ser perfecto pero que no lo estimaba y por tanto tenían una mala relación. Él no tenía idea de que no sólo Jane era la segunda, sino que también ella lo había sido durante todo ese tiempo. Luke no la quería más a ella porque fuera perfecta, sino porque no le quedaba otra opción, así que más allá de las necesidades que tuvo que soportar, todo se trataba del dolor que aún sentía en el pecho, ni más ni menos. Poco le importaba que Amelia hubiera vivido en una mansión del Olimpo con estructuras marmóreas o lo que fuese, poco le importaba que Amelia tuviera el derecho de darle órdenes a unos estúpidos lacayos, Amelia podía quedarse con todo el dinero, con todo el lujo, con toda esa basura, y si ahora planeaba quitarle todo el dinero a su hermano era sólo por tratarse del primer paso en el proyecto de destrucción.

Le importaba, por otro lado, un bledo lo que su madre hubiera hecho con ella de haberla tenido que enfrentar. Ella no hubiera aceptado su cariño ni su comprensión, a decir verdad le hubiera abofeteado la cara en la primera oportunidad, porque su madre estaría muerta y ella viva, con todo lo que siempre había tenido. ¿Frederick no entendía que ella no quería nada de su madre, que sólo quería que dejara de existir, junto con su memoria y con todo lo que echó en la tierra para que creciera inexorablemente? Julia no necesitaba una mujer que reemplazara a su madre. Julia necesitaba terminar con el dolor. Tal vez por ello se mutilaba, tal vez estaba intentando insensibilizarse de a poco para ya no sentir. De hecho veía en ello algo mucho más conveniente que molestarse enfrentando a su hermano. Si ella tuviera la capacidad de no sentir, entonces estaría en una playa del Mediterráneo tomando sol disfrutando de su insensible vida. ¿Qué demonios decía aquel hombre? No sabía nada.
Decidió dejar de burlarse internamente de él y continuar escuchando su interesantísimo discurso. Oh, ahora él había sufrido mucho. Ahora se sentía desgraciado. El pobre joven incomprendido que no podía tocar la guitarra. Ni siquiera sabía de qué estaba hablando. Recordó aquel libro de ficción llamado Heart-shaped box donde el protagonista, Jude, en su juventud había soñado con ser músico pero su padre le rompió la mano que utilizaba para tocar la guitarra y el pobre tuvo que aprender a manejarse con la mano sana que le quedaba sólo para cumplir su sueño. Si Frederick tuviera tan sólo un poco de ese personaje, ella le tendría más consideración. Pero no. Él había preferido esperar a que su madre muriera para librarlo de la obligación de vivir en Londres, y luego se fue con la herencia de su madre a Chicago para cumplir su sueño. Y vaya que lo había cumplido… con prostitutas incluidas y todo. Pobre Amelia, pobre madre sacrificada, ella sí que era una mártir torturada por su propio hijo. Seguro el joven le encendía una velita todos los días en agradecimiento por su oportuna muerte.
Hasta el momento se estaba divirtiendo pero aquel bastardo volvió a tocarla, y esta vez le tomó la mano para hacer más énfasis a su acusación. ¿Ahora creía que era una delincuente? Claro que había revisado toda la mansión, pero sólo por curiosidad y a la vez para molestar al personal doméstico que nada podía hacer en su contra, pero jamás hubiera sido capaz de tocar alguna de sus pertenencias, de sólo pensarlo le daba urticaria. ¿Pensaba que era probable usar las joyas de esa mujer? Prefería contraer gangrena. –Nunca he tocado nada de las pertenencias de tu madre, puedes estar seguro de eso. No tengo ningún interés en verme como ella–acotó con los dientes apretados-. Además Jane tuvo mucho más que Amelia, ¿sabes? Ella tenía el placer de consolar a tu padre cuando él se sentía desdichado por tener una esposa como tu madre, y un hijo tan imperfecto, un hijo que dejaba tanto pero tanto que desear… oh, recuerdo su mirada llena de tristeza. Y mi madre, Jane, le preparaba un té caliente y se sentaba en su regazo y le masajeaba el cuero cabelludo con una sonrisa, y él se sentía bien. Y ella hacía lo que quería sin necesidad de que Luke se pusiera violento. Lo que son las cosas de la vida, lo que nos falta a unos los otros lo tienen de sobra, ¿no…
El brusco movimiento que se produjo le interrumpió. De repente se vio enfrentada a aquel hombre. ¿Pensaba que eso la amedrentaría? Estaba muy equivocado. Pero pareció contenerse y volvió al tema que más le importaba, por supuesto.
Ella cerró los ojos y acercó su rostro al del joven y le lamió la mejilla y luego le dijo al oído: -¿Deseas algo de mí?
Lo mejor era hacer sentir incómoda a la persona que no respetaba los espacios personales.
Rió luego como una hiena y continuó: -Como he dado a entender, Luke, tu padre, ha muerto hace unos meses. Él ya había contratado a un investigador para llegar hasta ti. Según lo que atestigüé estaba muy arrepentido y quería mejorar las cosas antes de morir. Una pérdida de tiempo, le dije yo, porque es obvio que sólo esperabas su muerte. Es una ironía ver cómo yo, la muchacha imperfecta que tiene la boca llena de veneno lo acompañó en sus últimos días de vida, y aún así de loca y de mala como soy, más allá de haber deseado miles de veces la muerte de Amelia, al final de cuentas no le deseo el mal a ese nivel a nadie, al menos no por ahora, o no tan en el fondo. Es por tal motivo que deberías sentirte culpable: el hombre que tu madre más amó en la vida murió solo y deprimido porque su hijo lo abandonó. Dime, Freddie, ¿quién es el mártir ahora? ¿Por qué te marchaste de casa? ¿Acaso papá no te compró la guitarra que querías? Me parece un poco inmaduro de tu parte. O no, ya sé, me dirás que también te dolía cuando él lastimaba a Amelia por ese maldito piano pero tú no hiciste nada por evitarlo, no la defendiste y probablemente no enjugaste sus lágrimas. No hiciste nada por ella más que aumentar su suplicio. No sé cuál de los dos ha sido más desgraciado ni me interesa saberlo pero al menos yo fui quien bajó el cadáver de mi madre de esa rama en la que había muerto colgada. ¿Y tú qué hiciste por la tuya? Repito: no estoy interesada en ninguna competencia, pero sólo quiero que tú, hermano mío, reflexiones luego. Pero volviendo al tema te diré que Luke no me hizo las cosas fáciles y te encomendó a ti la tarea de ofrecerme unas mensualidades para mantenerme. Serías una especie de responsable, como un tutor, ¿no crees? Te lo habría dicho él y ahora no estarías sufriendo mi visita pero fuiste demasiado egoísta como para desaparecer de su vida y no le quedó otra que morir antes de que tu dirección llegara. Mira cómo la vida es una rueda y esos papeles llegaron a mí –chasqueó la lengua fingiendo pena-. Y ahora que ya confesé todo puedes echarme si y sólo si no cuentas con todo lo que sé de ti ahora –sonrió angelicalmente-.
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Mensaje por Frederick Blaust Jue Ene 03, 2013 6:14 am

Lástima, sentir lástima por las personas me producía escalofríos, eso no era bueno, ni el odio. Nada era bueno, ya no sabía qué sentir, no podía odiar a la infeliz que tenía delante de mí, tal vez tenía razón, yo era un pequeño cobarde, que se había largado, pero si no defendí a mi mama cuando él la lastimó de ese modo es porque era muy chico para entender lo que pasaba en ese momento. No eran excusas, no había nada que yo pudiera hace cuando no media ni un metro y medio, pero si él se quejó después fue por las peleas interminables, ella pensaba que solo había tomado mis cosas después de la muerte de mi madre y me había ido sin mirar atrás, sin pensar en que mi padre estaría solo. De verdad no tenía idea. Pero si de algo estaba seguro es que ella tenía más de “nuestro padre” que yo. Incluso los momentos, pero lo que más me dolía es que trataba a mi madre como si ella hubiese sido la culpable del sufrimiento de la suya. Como si hubiera sido ella quien la ayudó a subirse al árbol de donde se colgó. No era mi madre la culpable, no era la suya quien debió morirse así.

-Deja de culpar a mi madre, creo que los tres eran adultos, en su determinado momento tu madre pudo terminar con esa relación o bien, si mi padre estaba tan insatisfecho con su vida junto a mi madre pudo irse de casa, tú no eres nadie para juzgar a mi madre de algo que ni siquiera supo, aunque era tan perceptiva que debía saberlo, así como tu madre tenía la seguridad de que él iba y dormía en una cama tibia. Si a alguien quieres culpar, busca en tus venas la sangre que corre, es de Luke Blaust no de Amelia Jackteagle, yo no voy a culpar a tu madre, ni a ti, si tan infelices fueron los tres por qué no nos dejó, no pienso hacerme el mártir contigo ni a quedar bien, no tengo por qué hacerlo y ya me canse de tu palabrería, no eres la única que sufrió, no eres la única que perdió a su madre, ya bájate de tu nube donde solo has sufrido tú y quítate esa mascara de verdugo que no te queda.

No sabía de dónde salían todas las cosas que le estaba diciendo, pero estaba realmente enojado de que me hablase de mi padre y su madre, y después acusara a la mía, estaba cansado de los Blaust, de él, de ella. No me había ido así porque sí, ni había tirado en saco roto lo que mi madre hizo por mí, fue por ella que no me quedé a pudrirme en esas cuatro paredes pintadas de oro.

Pero después vino un golpe bajo que le habría caído como un baño de agua muy fría a cualquiera. Mi padre estaba muerto; la miré y sentí como se me movía el piso, pero algo me decía que no debía mostrarme débil ante ella, pero qué más daba, durante toda mi vida quise que mi padre me amara aun con las creencias que yo tenía, deseé mucho ser el hijo de aquel hombre que compartía los sueños de sus hijos y no de quien se los destruía con frías palabras y duros golpes bajos como el que ella acababa de darme. Tenía razón, Julia, la de ojos como los míos pero de mirada distinta era la reencarnación de Luke Blaust. Es como si mi padre estuviera ante mi reprochándome por haberme ido cuando el mismo me dijo que si no me gustaba la vida que había elegido para mi saliera por la puerta y no recordara que tenía un padre.

-Para ti es muy fácil hablar de lo que no sabes, no puedes saber de qué va un libro con solo leer la sinopsis, puede que hayas vivido muchas cosas a su lado, pero jamás vivirás lo que tuve que soportar yo. Mi padre siempre hablaba con orgullo de mi por fuera, pero cuando llegaba a casa no preguntaba por su “hijo modelo”, preguntaba por el vago que le tenía más amor a las cuerdas de una guitarra que a su propio padre. A ti no te rompió la boca cuando le respondiste que no estudiarías política porque querías ser músico, no me siento culpable de su muerte, pero no me pondré a hablar contigo de lo que siento en este momento. –la miré con un odio que jamás había sentido en los ojos, los sentía húmedos, pero era de rabia, de no poder sacarla de ahí a patadas para derrumbare porque de cierta manera tenía razón, me habría gustado verlo por última vez, decirle que durante mucho tiempo lo había admirado, decirle lo que sentía por él.

Y su boca siguió recitando esas poesías vulgares, los cantares y las odas fúnebres a Luke Blaust. Repetía que yo no había hecho nada por mi madre. Hablaba y hablaba y nada de lo que decía tenía sentido y no lo tenía porque ella no vio morir a mi madre lentamente, ella tuvo que bajar el cadáver de su madre de un árbol mientras yo veía cómo su vida se consumía poco a poco, como aquel relámpago que hubo una vez en su mirada se apagaba, como su cuerpo perdía la firmeza que una vez lo sostuvo.

-Sería difícil hablar contigo a no ser que nos trajeran una espada para ver quien sangra más o que nos sacasen unos rayos equis para ver quién fue más egoísta y quién tiene más podrido el corazón, pero eso no solucionaría las cosas. Si quieres el dinero llévatelo todo, no quiero nada, pero una cosa si no vas a tener de todo esto, la casa de mi madre no la vas a tener. Y te sugiero que no me amenaces.

Aunque vi su mirada, esta chica sabía más de mil que nadie. Pensé en Faith, imaginé qué pensaría mi padre antes de arrepentirse, con qué me habría amenazado, ella era igual. Julia me golpearía donde más dolía. Con sus garras afiladas me sacaría el corazón, arrancaría a Faith de mis brazos y se regocijaría mientras ella lo pisoteaba para hacerme desistir. Podia verla saliendo del lugar directo hacia el apartamento y tocando a la puerta como una niña que vende galletas, pero apuñalándole el alma e inyectándole su veneno con una sonrisa amable que después se convertiría en la risa de una hiena salvaje que se carcajea mientras devora a sus víctimas.
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Mensaje por Invitado Vie Ene 04, 2013 8:54 pm

Las explicaciones de Frederick no hacían otra cosa que aburrirla.
Deseaba atarlo a una silla, amordazarlo y luego gritarle en la cara cuánto lo odiaba sin escuchar sus reproches que ningún pelo le movía a ella pero que sólo hacía sus párpados más pesados. De repente tuvo ganas de tomar más velocidad y avanzar al siguiente punto. Demasiado de Amelia había escuchado por ese día, sin contar con los años viviendo en esa casa cuyas paredes hacían las veces de su piel y las ventanas insuflaban oxígeno en su cuerpo para mantenerlo vivo. Recordaba aquella vez que había decidido incendiar la casa. Ella apenas tenía dieciocho años y ya había sufrido bastante la soledad de estar en esa residencia que de alguna manera le pertenecía pero que de igual manera no servía para que se sintiera reflejada en ella. Incluso había comprado los materiales para hacer una gran fogata, y hasta había imaginado qué sucedería luego si lo hacía con el personal doméstico y su padre allí dentro, indefensos todos. Si no lo hizo fue porque creyó que sería demasiado para ella tener que estar en prisión tan joven sin poder hacerle pagar a Frederick que estaba libre en Chicago ignorando todo sobre su existencia, por lo que el plan terminó en un pequeño incendio de dos o tres árboles que rodeaban la casa. Ella se defendió ante los del personal doméstico aclarando que había sido un accidente mientras que un tanque de líquido inflamable descansaba a sus pies, y más tarde al volver de un paseo, Luke no pudo darle la razón a ninguno excepto a su pequeña hija Julia. Le llenó de placer descubrir cómo poco a poco iba siendo tomada en cuenta y era protegida por su padre, ¡y todo por un poco de culpa! Julia nunca sentía culpabilidad, porque había aprendido ya que sólo transforma a los hombres en gusanos débiles e indefensos. De la única manera que tomaba provecho de ese aborrecible sentimiento era cuando los demás se dejaban apresar por él, y justamente Frederick era una de esas personas. Estaba segura de que por dentro sentía un dolor incontenible, sabía que todo lo que ella decía le abrumaba y le hería en lo más profundo, y que esa misma noche no podría dormir, y preferiría aferrarse a los brazos de su adorada Faith con los ojos húmedos. Totalmente patético, ¿cierto? Sí, claro que sí. Pero así era él. Podía decir que no le importaba nada de lo que escuchaba pero en el fondo eso se quedaría grabado, tarde o temprano lo vería desmoronarse como efecto residual de sus acciones. Todo era cuestión de sentarse en la puerta de su casa y ver pasar el cadáver de su enemigo (¡le encantaba ese dicho!).

Se encogió de hombros ante cada palabra pronunciada por el hombre, como si le diera absolutamente igual y es que hasta el momento él no había tocado ni una sola fibra de ella, dejándola ilesa, sin un rasguño en su escudo. Sin embargo le concedía que era cierto que ya las culpas de los muertos no valían la pena, ahora la lucha se daría entre ellos y atrás había que dejar a los fantasmas. Sólo le quedaba culparlo a él, y vamos, que ella tenía una larga lista para mostrarle, pero a su debido tiempo lo haría, en ese instante prefirió reírse. ¿Máscara de verdugo? Ella no era ningún verdugo, y si alguna vez llegaba a serlo, ciertamente no usaría una máscara. Le dio ternura aquel comentario, como si lo hubiera recibido de un niño ofendido sin armas con las que defenderse. Vamos, utiliza la artillería pesada. Golpea. Y no hubo caso, no dijo nada destacable, al menos ella no había encontrado nada que pudiera subrayar de ese discurso mal hecho que él le estaba presentando. El sólo decir que ella no sabía nada de su vida pasada era una estupidez. ¡Claro que lo sabía! Sabía absolutamente todo, si a ella le había tocado estar detrás de las bambalinas durante toda su infancia. Escuchaba las quejas de Luke hacia su esposa, junto con ese rostro cansado y triste, o mencionaba la preocupación que le inspiraba Frederick, y contaba miles de anécdotas y criticaba a su otra familia con un gesto reflexivo que Jane aceptaba como si se tratase de un párroco confesor y no de su amante. Julia en esos tiempos hacía de cuenta que miraba las animaciones de la tv, pero en lugar de eso alzaba la antena parabólica y memorizaba cada palabra para repasarlas antes de irse a dormir y llorar porque su padre, su adorado padre, sufría y aún así no se quedaba con su madre y con ella que eran capaces de darle todo lo que le hacía falta. En definitiva: sí sabía, sabía mucho más que él. Se le ocurrió una propuesta al respecto, pero no encontró el momento indicado para decirlo.

Se limitó a sonreírle y a abrir las palmas de las manos como cualquier santo católico en una estampa dorada. Al fin se estaban entendiendo. Le gustó la determinación de su hermano a la hora de darle todo el dinero, pero había otra pregunta: ¿era eso suficiente? Ciertamente no, no lo era. Poco le importaba todo eso, de alguna forma conseguiría hacerse con su parte de la herencia con la ayuda de Frederick o no, así que la petición era la excusa (el boleto) para alcanzarlo. Ahora no lo soltaría nunca más, que quedara claro. Se haría su mejor amiga con el único detalle de que él nunca la querría como tal, pero ella lo seguiría de aquí para allá por la ciudad, recuperando el tiempo perdido. Asintió con la cabeza y aplaudió dos o tres veces.
-Y… ¡corte! ¡Bravo! Ésa era la cara que quería ver, allí, así de esa manera –con sus manos formó un rectángulo y a través de él dejó ver uno de sus grandes ojos azules-. El héroe de la historia. Esto será un éxito, ¿no crees, Freddie? Aunque aún no tengo un nombre para esta telenovela. ¿Qué te parece… “El héroe y la mártir”? Oh, perfecto. Es una lástima que el noventa por ciento de las personas se identifiquen siempre con el villano. A mí me gustaría ser la villana y no la mártir, de verdad –se adelantó un poco y en tono de confesión dijo:- Soy una excelente villana. Pero bueno, la humildad primero –rió-. Me parece bien tu propuesta pero aún tengo otros temas que tocar en esta maravillosa reunión. No, aún no me marcho. Primero y principal, déjame decirte que la casa de Amelia me tiene sin cuidado. ¿Te mencioné ya que una vez pensé en incendiarla o sólo recree la historia en mi cabeza mientras escapaba a tu aburrido discurso? –frunció el ceño, inquisitiva- Pero hay una cosa que quiero quedarme yo: los restos de Luke, sus cenizas.

No, su sadismo no llegaba hasta ese punto, pero no quería dejarle las cenizas a Frederick. Más que nada para aumentar su miseria, y porque no iba a dejar que los restos de su padre estuvieran junto con los de Amelia, quien seguramente, con todo el amor que le había tenido, esperaba que después de muertos fueran a permanecer juntos. Nada de eso, no. Los quería separados. Prefería lanzar las cenizas a las entrañas mismas del Infierno junto con su propio cuerpo antes que dejarlo junto a esa mujer. Y eso que ni siquiera sabía qué hacer con la urna, y pensaba que lo más probable era pedirle a un amigo de Londres que fuera a reclamarla y luego dejarla en el altillo de la casa de su abuela materna. Si bien una especie de cariño por su padre había germinado en su corazón, los restos de él no le importaban en lo más mínimo.

-Luego de eso no quiero nada, puedes usar los calzones de Amelia o de Rose, nuestra gorda ama de llaves, no me interesa, haz como te parezca. Y el siguiente punto es… -con sus dedos índices golpeó en el escritorio haciendo un sonido de redoblantes- que quiero un puesto aquí en L’apollonide. Quiero bailar, se me da muy bien bailar, y quiero trabajar aquí. Te conviene, seré una buena empleada, sin contar con algunos requisitos que debo presentarte si me aceptas.

Y él la aceptaría, no cabía duda de ello, porque Julia no le dejaría otra opción.
Estaba ansiosa: ¿y si el momento de nombrar a Faith se estaba acercando? ¡Sentía una emoción que le recorría la espina dorsal! Podría continuar hasta llegar a su parte favorita, sólo si su compañero de escena le ayudaba.
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Mensaje por Frederick Blaust Vie Ene 04, 2013 11:49 pm

Tenía ganas de largarme de ahí y hacerle saber que no me interesaba nada de lo que decía, así como a ella parecía aburrirle lo que le decía. Pero ella quería algo que solo yo podía darle, ella tampoco conocía mis alcances, quizás yo no sería cruel, pero era más grande que ella y por lo tanto sabía cómo controlar a alguien, el punto débil de Julia era el dinero, ansiaba eso que no había tenido en toda su vida. La miré con una sonrisa tan siniestra como la suya y después negué con la cabeza. Ella se sentía la víctima y quizás lo era, pobrecita niña aislada tras bambalinas mientras yo, el hermano rebelde recibía toda la atención, ese era el fondo de toda la mierda que salía de su boca, pero seguía hablando como si supiera todo, por más inteligente que fuera jamás entendería nada, cada uno había tenido su nube negra encima.

Lo único que Luke había hecho era quejarse de nosotros con su amante y ni mi madre ni yo éramos culpables de eso. Así que jugué el mismo juego que ella había preparado para mí, provocarme con mi madre, hablar de ella como si mi madre fuese una frívola mujer que se quedaba mirando los dramas en la tele y fumando un cigarrillo mientras las nanas cuidaban de su hijo. Mi madre era todo lo contrario, mi madre se dedicó a mí y sobre todo se dedicó a servirle a él. Lo amaba, le buscaba como nunca, sobre todo en los últimos días que vivieron juntos, cuando aun podían compartir una cama. Amelia, mi madre, era una esposa ejemplar y él era demasiado narcisista, quería más, no le bastaba el amor que le daba mi madre sino que se había ido a buscar una muchachita idiota para meterla a su cama y hacerle una pequeña casita en una nube llena de lluvia y muy, muy oscura.

Parecía divertirse con mis debilidades, debía ser muy perceptiva, pero no era una chica muy brillante. O tal vez sí, pero a los ególatras hay que golpearlos donde más les duele.

-Déjame que te diga una cosa, hermanita –volví a sentarme frente a ella y miré sus ojos.Nuestro padre solo buscaba satisfacerse a sí mismo, no le importaba nadie, no le importaba mi madre, y obviamente la tuya lo único que hacía era subirle el ego que con la edad se le iba desgastando, desgraciadamente tú eras ese pequeño objeto que apreciaba y lo veía como la joya más valiosa porque eras pura, brillante, porque eras como él, pero no eras yo. No eras un chico y por lo mismo se quejaba de mí, ¿te suena un poco esto? Probablemente si hubieras sido hombre él jamás habría hablado de mi en tu presencia, ni en la de tu madre, es más, puedo asegurarte que si hubieras sido un varón, nos habría dejado en el mismo momento en que naciste, quizás antes, pero no, la vida te maldijo con un sexo que mi padre despreciaba, porque por más amoroso que haya sido Luke Blaust también era un maldito machista y eso quería hacer de mí. Por eso se quejaba, porque yo jamás fui como él.

Tal vez iba a irme al infierno por decirle todas esas cosas, por hablar así de su madre y hablar tan feo de mi padre muerto. Pero debía defenderme. No soportaba su sonrisita de “nada me afectará jamás”, era un ser humano, algo tenía que afectarle.

-Creo que tu madre se sentiría bastante decepcionada de ver tus hermosos bracitos mutilados, seguramente cuando eras pequeña los llenó de besos, te bañaba con dulzura y suavidad, y ahora le pagas así, hiriéndote para satisfacerte y parecer una verdadera mártir, me suena sumamente patético. Hay chicos con historias similares a las tuyas que logran callarle la boca a los demás de modo distinto, pero tú sí que eres un cliché.

Pero aquello que había dicho sobre quemar la casa de mi madre me hizo sentir una cólera incontrolable. Agarré la silla donde estaba sentada de los apoyabrazos y la hice chocar contra la pared quedando muy cerca mi rostro del suyo. Pero la miré y me sentí como un idiota, la solté, no sin antes volver a empujarla contra el duro concreto haciendo que sus oscuros cabellos bailasen por la ráfaga de viento que había provocado el choque.

Fue en ese momento que todo cambió, además del dinero, ella quería a mi padre, sus cenizas. Caminé hacia mi escritorio y me senté mirándola de frente.

-Así que quieres al respetadísimo señor Blaust, creo que no voy a poder cumplirte ese capricho, pensándolo bien, creo que vas a tener que ganarte todo lo que te han dejado, hay que ver el testamento de nuestro amado y considerado padre, pero si has venido por mi firma, las cosas aun me pertenece y en eso entra la urna donde tienes a papá. –quizás no le daría mucha importancia y me odiaría más, pero no se la iba a dejar tan fácil, además estaban sus otras peticiones. Pero lo que me pareció una aberración fue que quisiera trabajar ahí. No podía creer lo que estaba escuchando.

-No hay vacantes y menos para una chica tan simplona como tú, verás, las chicas que trabajan aquí no solo son hermosas, también tienen formas de ser muy distintas a las tuyas, digamos que a pesar de ser lo que son, son mujeres buenas y nobles, algo que no creo que seas. No dudo que seas una bailarina, tienes el cuerpo de una, quizás la altanería y la mirada de una excelente bailarina de ballet, pero te hace falta la elegancia que pedimos en este lugar. En todo caso si quieres trabajar aquí tendría que ser como afanadora y el que pone las condiciones soy yo.

Eso que acababa de hacer quizás era cavar un poco más mi tumba, pero no me importaba. Sus amenazas ya no eran tan astutas como antes. Sabía que me amenazaría con Faith, pero no debía temerle. Obviamente me aterraba que Faith se enterase por medio de ella de este lugar, pero no quería que Julia Blaust se diera cuenta de eso.

-Creo que no somos tan diferentes, por lo menos yo no finjo un dolor extremo como tú, ya te dije, eres demasiado cliché para mi gusto. Apuesto a que tu siguiente paso es decirme que asesinarás a mi novia o secuestrarás a mi mejor amigo.
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Déjame ponerte al tanto de mi situación. | Privado. Empty Re: Déjame ponerte al tanto de mi situación. | Privado.

Mensaje por Invitado Sáb Ene 05, 2013 7:06 pm

¿Por qué Frederick Blaust se molestaba en explicarle cómo era Luke?
Ella conocía a su padre más de lo que su hermano lo hacía. Lo había visto alegre, iracundo, triste, decepcionado, preocupado, lo había visto llorar y alzar en brazos a su madre para besarle los labios. Lo poco que sabía de los hombres, lo había aprendido de él, porque su mejor don era la capacidad para observar, y durante todos esos años anotaba mentalmente cada una de las cosas que veía de esa magnífica criatura que era su padre, y poco a poco llegó a la conclusión de que si ella necesitaría un hombre algún día sería solamente para tener sexo con él y nada más. Eran débiles, dotados con un poder que no podían manejar, sólo por ser más fuertes que las mujeres, pero nada de eso era suficiente, y mucho menos para Julia. Y eso era lo que más le gustaba de Frederick: que era un hombre. Un hombre con un alto sentido de la moral, con complejo de héroe y salvador, que se arrodillaba ante una mujer y le prometía pleitesía infinita. Lo malo de los que nacieron para ser siempre súbditos es que cuando le quitas a la reina no saben qué otra cosa hacer. Así había sido Luke, y así era Frederick, al igual que la gran mayoría de los hombres del planeta.
Por tanto nada de lo que su hermano le dijo la sorprendió. Claro que Luke podría haberla abandonado en cualquier momento, eso a ella no le cortaba la respiración por sorpresa. Sabía cómo eran las cosas. Un hombre aburrido de los convencionalismos, casado durante años con la misma mujer que compartía la misma vida, educación y costumbres que él se volvió de repente un poco menos dependiente al contar con un hijo, entendiendo por fin que no se llevaría con él el trono a la tumba, que ahora había un príncipe que poco a poco mientras gateaba se encaminaba hacia su puesto, y él tendría que enseñarle las cosas de la vida, darle lecciones, convertirlo en su semejante hasta chocar con la realidad de que su hijo quería ser plebeyo, o peor aún: un simple arlequín. Más tarde la carne no tardó en mostrarle lo débil que podía llegar a ser frente a la belleza de una muchacha diez años menor que él, una simple niña dependiente que lo esperaría todas las noches con el pañuelo blanco en la mano y los ojos llenos de la luz propia de la inocencia. Y con eso llegó una hija, un ser que le brindaba la esperanza que había perdido: tal vez ella podría sentarse en su trono. Y decidió convertirla en princesa, y por un tiempo la niña le obedeció de tal manera que él no se sintió prescindible, y no volvió a aburrirse porque su amante aún le besaba la espalda desnuda luego de hacer el amor, y su hija le daba todos los días un dolor de cabeza nuevo que lo llenaba de vida, una vida nueva y no desgastada, no convencional y repetida, como en serie, así como la que tenía en su mansión de cristal.
Julia era consciente de que había tenido mucha suerte en su vida, a pesar de las cosas horribles que le habían tocado vivir. Los planetas parecían haberse alineado en su favor, y todo lo que había sucedido era por una cadena de sucesos oportunos, pero nada más. Sin embargo no se ponía a pensar en eso eternamente todas las noches antes de dormir, porque el pasado carece de solución, y sólo lo tomaba como un pilar para el futuro… un futuro que ella esperaba fuera espléndido en una casa enorme sostenida por los cuerpos raquíticos de sus enemigos. Después de todo Luke había hecho de ella una reina de ley. Una emperatriz tiránica.

Lo que más le interesó fue ver cómo Frederick se reponía poco a poco y aprendía a jugar su juego.
Aquella mención de sus brazos heridos le había llegado más que lo que había dicho con anterioridad.
Julia podía ser mala, egoísta y vengativa pero nunca deseaba a las personas que tuvieran el mismo impulso de automutilarse como ella, porque le parecía una práctica patética y humillante, una necesidad infundada, una cruz demasiado pesada para cualquiera. Y él había traspasado la línea, había tocado fondo. Había ido muy lejos. Y a medida que ambos iban contestándose, la mente de la muchacha tomó un camino sádico en el que imaginó una variación de aquella escena en la que se acercaba a su hermano y le cortaba la piel nívea que recubría su garganta. Nunca había tenido tantos deseos de herir a alguien a tal nivel, y hasta los brazos se le tensaron con esa clase de pensamientos. Se imaginó de pie dirigiéndose sin dudarlo ni un segundo a Frederick y luego sacando su navaja ensangrentada (con su propia sangre, con la sangre de los Blaust) para cercenar su piel en una sola maniobra y sentir la sangre del hombre correrle por su mano y luego por su brazo y ella aún así no quitaría la hoja metálica de esa fosa de carne. En la escena real, mientras el hombre hablaba, la respiración de Julia se aceleró levemente y los ojos se le pusieron inconteniblemente brillosos ante la imagen que escondía en su cráneo. Por la boca de Frederick correrían ríos de sangre, imposibles de contener, y su cuerpo debilitado intentaría continuar de pie sin éxito hasta caer al suelo con sus ojos opacos abiertos dirigidos hacia el rostro de su hermana –su asesina-. Casi sentía el dolor en su propia garganta de imaginar tales cosas. Sentía la boca seca y un silbido le agujereaba el oído. La mano le ardía por un aumento en el flujo de sangre. Tuvo que contenerse para echarse sobre él, no sabía si para matarlo realmente o sólo para golpearle, pero quería agredirlo físicamente. Sin embargo, con mucho esfuerzo, parpadeó e inspiró aire lentamente justo en el mismo instante en el que él se le abalanzó encima para estrellarla contra la pared. Ella mantuvo la calma todo el rato, sólo abriendo los ojos mucho más, con sorpresa. Vaya, telepatía. Tanto había luchado para contenerse y al final su hermano tramaba lo mismo, y fue incapaz de controlarse. Sí, definitivamente eran débiles. Los hombres eran buenos con sus cuerpos e impulsos, pero para pena de ellos, no podían contenerse. El pensamiento y las memorias, armas naturales de las mujeres, permanecían en el interior, al resguardo de cualquier amenaza.

Sus palabras le resultaron predecibles. Hasta se había asombrado al ver cómo Frederick había cedido todo su dinero minutos atrás, porque de ninguna manera ella esperaba un sí por respuesta. Cuando él cambió de parecer, ella se quedó en silencio evidenciando un “naturalmente”. Tampoco esperaba que la aceptara en su negocio, como empleada, pero no perdió la calma ni mucho menos las esperanzas. Julia Blaust trabajaría allí y obtendría el dinero y mucho, mucho más. Era sólo cuestión de tiempo, ¿o acaso Frederick creía que todo terminaría ahí? Ella incluso se había molestado en encontrar una casa para vivir allí en Chicago. Tenía todo el tiempo del mundo para esa batalla. Le divertía demasiado todo eso como para dejarlo a un lado, como para ceder u olvidarse de todo. No, el hombre creía que eso era una simple reunión, pero para su hermana eso era una presentación e introducción a los acontecimientos venideros.

Si esa escena fuera una obra de teatro entonces en ese preciso instante cuando Frederick nombró a Faith la orquesta hubiera comenzado a sonar con un tempo mucho más veloz y una melodía mucho más entretenida. Los ojos de Julia refulgieron, aunque para ser sinceros, ella esperaba nombrarla primero. Se desilusionó un poco y suspiró por tener que darle un giro inesperado al discurso que tenía preparado. Era hora de lanzar su libreto hacia atrás e improvisar.

-Faith. Faith Everett. Hermosa mujer, déjame decirte que estoy orgullosa de ti, hermano –dijo con un tono aniñado-. No planeo matarla, porque verás… todas las noches me sumerjo en una piscina con sangre de hermosas mujeres vírgenes, así que digamos que tu querida Faith es un poco obsoleta para mí –rió mientras estiraba sus labios para mostrar la totalidad de sus dientes-. Su sangre debe estar rancia –remató con un gesto de asco-. Créeme que la dejaré viva hasta que la muerte desee llevársela por causas naturales o, quién dice, tal vez un día encuentre mi tendencia de automutilarse y juntas armemos un club. ¿Qué dices? ¿Piensas que es persuasible? –se llevó la mano al mentón y guardó silencio pero antes de volver dejarlo a hablar continuó:- ¿Sabes qué es lo que mató a mi madre, Frederick? La ausencia. Si Luke hubiera muerto antes que ella, Jane se habría repuesto con el paso de los años, pero lo que la mató fue la distancia y la ausencia de un hombre que seguía vivo, a unas cuantas calles, y que sin embargo no le pertenecía. Si alguien asesinara a Faith entonces unos años más tarde conocerías a otra mujer, te casarías, tendrías hijos y serías feliz, pero ¿qué pasa si ella sigue viva e intocable… inalcanzable? Entonces nunca perderías las esperanzas y acabarías con noventa años, solo en el mundo, esperando cual Penélope a una mujer que, créeme, si me encargo yo de ella, nunca volvería. Si Amelia, una mujer amorosa y llena de bondad, junto con su inocente hijo, fueron capaces de ayudar en la causa de muerte a una mujer adulta… imagínate lo que yo, que tengo mucha voluntad y una mente brillante en lo que respecta arruinarle la vida a los demás, puedo hacer. Dime la verdad: ¿tú crees que yo estoy jugando? ¿Crees que me gusta perder el tiempo contigo? ¿Crees que quería conocer las luces de Chicago y vine aquí para alojarme en tu casa y prepararte la cena para cuando vuelvas del trabajo? Yo soy una persona adulta con una vida que vivir y me tomo estas cosas muy en serio. Yo creo que aún no percibes la seriedad con la que estoy hablando –con los codos apoyados en la mesa, no le quitó los ojos de encima ni por un segundo-. Puedo hacer lo que quiera con ella, sólo dame un tiempo y verás. Puedo hacer que te odie, puedo hacer que se suicide, puedo hacer que me ame a mí o hasta puedo hacerla trabajar aquí luego de haberse inyectado heroína. Puedo hacer lo que quiera, porque justamente somos diferentes. Yo, en tu lugar, tendría a mi padre en la primera fila junto al escenario mientras toco la guitarra en un grupo mundialmente reconocido. Esto es una promesa, Freddie, ni siquiera una amenaza o una suposición. Creo que eres lo suficientemente capaz de darte cuenta de ello.
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Mensaje por Frederick Blaust Sáb Ene 05, 2013 11:32 pm

Realmente era una niña loca y muy necia. Sí, seguramente había sido el orgullo de mi padre, pero como ya había pensando anteriormente. No tenía idea de nada, hablaba por hablar y seguía culpando a mi madre de la muerte de la suya. No entendía cómo podía haber gente tan tonta en el mundo, pero sí los habían y ella era una muestra de ello.

- Y sigues, ¿cuándo vas a dejar de culpar a los demás de las cosas que tu madre hizo? Como bien lo has dicho, era una adulta, tenía una hija. Algo por qué vivir, tu madre se entregó demasiado a mi padre y cuando él se quedó con la aburrida de Amelia y con el rebelde de su hijo eso la decepcionó, pero mi madre no lo obligó a quedarse. Ella no le puso un arma en la sien a tu papi para que se quedara con nosotros. Él era tan macho y tan poderoso que pudo largarse siempre, pero ¿sabes por qué no lo hizo? Porque le importaba más el qué dirán que lo que realmente sentía, no dudo que haya amado a mi madre, y estoy seguro que también quiso a la tuya, pero le importaba más su imagen de hombre intachable, porque si el mundo sabía que tenía una amante y su bastarda entonces le iría muy mal. Debe ser por eso que se esperó hasta que mi madre y la tuya estuvieron muertas para llevarte a vivir ahí. Probablemente antes no lo habría hecho. Pero haces que me sienta realmente molesto al culparme a mí y a mi madre, pero claro está que es más fácil culpar a los demás que aceptar las cosas como son. Porque en ese caso yo tendría que culpar a tu madre por evitar que él estuviera en los últimos momentos de la mía, o que la hubiese dejado sola cuando no pudo darle más hijos, o que mi madre hubiese muerto envuelta en tristeza porque mi padre tan solo la visitaba por las noches porque no quería ver lo que le sucedía. Yo debería culpar a tu madre de los discursos que se perdió en la escuela por estar contigo o con ella. Yo tendría que vengarme de ti porque eres una maldita bastarda y porque ahora quieres llevarte mi dinero, pero no soy tan idiota como para culpar a los demás de lo que pasó. Y ni tú ni yo estaríamos en esto de no ser por él. Pero es obvio que jamás me darás la razón y tampoco aceptaras la realidad, pero te quiero fuera de mi vida, fuera de esta maldita ciudad, ya te dije, el dinero es tuyo si quieres. Estoy harto de que todo el mundo me amenace.

Pero cuando vi sus ojos al hablar de Faith sentí un nudo en la garganta, me daba rabia con esa chiquilla estúpida que nada tenía que hacer aquí, ni en mi vida ni en la de Faith, pero tenía razón, era obvio que se iría en contra de ella. Eso hacen los enemigos y sobre todo los cobardes como ella, quieren darte donde más te duele y ella sabía que la morena de ojos de océano era mi talón de Aquiles. Le sostuve la mirada, le creía todas y cada una de sus palabras, pero también me daban ganas de abofetearla y hacer que la metieran a la cárcel por amenazarme así, por irrumpir en mi vida de manera tan abrupta y porque las cosas que decía eran siniestras, se estaba tomando una vida que no le correspondía.

- Lamento bastante que tu madre haya tenido que matarse para que mi padre se diera cuenta que las cosas habrían sido diferentes si él no hubiera sido un egoísta, pero no me concierne porque es tu vida y la de él, es un dolor que ya superarás porque si bien mi madre no se suicidó también lo pasó mal, pero no fue ella la culpable de la ausencia de Luke en tus aposentos a la hora de ir a la cama y ni siquiera fue culpa mía, el vivía en esa casa, pero no compartía nada con nosotros. Ya te lo dije, cúlpalo a él si quieres un ángel negro para tu tragedia, pero deja en paz a mi familia y te advierto que Faith jamás te va a creer una sola palabra. Intenta lo que se te pegue la gana en contra de mí, pero a ella no la metas en esto. Además nadie te obligó a venir hoy conmigo a pedirme tu parte de la herencia, si tanto me odias y te molesta mi existencia por qué no hiciste como Luke y me diste por muerto, habría sido más fácil que mandes un abogado y lo arreglemos así. Pero entiendo que quieres que alguien pague por tu dolor y el sufrimiento de tu madre, por su muerte, pero te equivocaste conmigo, Julia.

La miré una vez más y escuché alguna voces en el corredor, seguramente las chicas se preparaban ya para trabajar. Ahora bien, si esa chica se quedaba aquí, no sé qué demonios pretendía con eso, pero no estaba dispuesto a ceder, eso es lo que ella quería, que cediera y que cayera ante ella.

- Sé que hablas enserio, pero yo también hablo en serio cuando te digo que dejes de perder tu tiempo conmigo y te largues por donde viniste o me digas en verdad cuáles son tus intenciones, ¿quieres venganza? ¿Quieres que sura como tú cuando perdiste a tu madre? Por dios, estás loca. Te quiero lejos de mi vida, de Faith y de todo lo que me rodea. Y si te atreves a tocarla en cualquier sentido entonces si veras que por mis venas también corre la misma sangre que la tuya, y si te metes con ella entonces no me voy a detener porque eres mujer o porque seas mi hermana. Es increíble que aun exista gente que se cree en una novela dramática y que hará una obra maestra de su venganza. En cuanto a mi padre, no hablaré más de él, a los muertos hay que dejarlos en paz, tú crees que lo abandoné a su suerte, y que no lo quise hacer parte de mi vida, yo lo habría tenido en primera fila, pero él no quería que su hijo fuese músico, para él era una vergüenza y no me fui por egoísmo, esas son cosas que tu no comprendes y que jamás vas a entender porque puede ser que hayas sufrido mucho bajo mi sombra, pero él te complacía, te dejaba ser, no eres nadie para venir a decirme qué hice mal o qué deje de hacer por mi padre.
Frederick Blaust
Frederick Blaust
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Déjame ponerte al tanto de mi situación. | Privado. Empty Re: Déjame ponerte al tanto de mi situación. | Privado.

Mensaje por Invitado Mar Ene 08, 2013 2:12 am

Un sentimiento de aburrimiento y agobio envolvió el cuerpo de Julia.
Ya las vértebras de su columna vertebral le comenzaban a doler de estar sentada, inmóvil, escuchando un discurso que no le interesaba escuchar. Lo que Frederick decía carecía de completo sentido para ella, que a decir verdad, pensaba encontrarse con algo… diferente. Su hermano había tardado demasiado poco en perder la calma, ella creía que el juego continuaría más tiempo pero en un rato ya había terminado con lo que había planeado en Londres. Su presentación había acabado y le estaba dejando en claro que no le dejaría las cosas fáciles. Por otro lado, él ya estaba fuera de sí, porque por más que no levantara la voz, podía notar cómo le hervía la sangre. En cuestiones de debilitar a su oponente sólo por hartazgo o cansancio Julia era una eminencia, con un semblante inexpresivo y un tono de voz moderado podía desarmar a cualquiera que no manejara tan bien una máscara de piedra. Claro que no carecía de sentimientos y que de vez en cuando perdía la calma, pero no podía estallar con su hermano, tenía terminantemente prohibido perder ante Frederick Blaust, y en ese momento tenía que admitir que estaba bastante satisfecha con su trabajo.
Lo único que le causaba molestia era ver que él no era capaz de entender que el dinero era sólo uno de los premios que se quería llevar, pero que en definitiva ella no se encontraba allí por esa razón. Había algo más… ¿venganza? Tal vez podría llamarse así, pero ella prefería dejarlo sin título, porque darle uno sería limitar su meta, mientras que al dejarlo sin una definición ni índice le daba más libertad a la hora de improvisar. Quería ver qué podía hacer con él, qué podía sacarle. ¿Qué importaba si era el dinero, el negocio, la novia, la vida…? No, no interesaba. Cualquier cosa estaba bien. En broma se decía que era descendiente de Alejandro Magno quien siempre conquistaba todo lo que se le cruzaba por el camino, y ése era su plan. ¿El límite? Oh, el límite lo pondría ella.

El tema de la culpabilidad aún no le quedaba tan claro.
Por supuesto que las cosas serían muy diferentes si Jane simplemente se hubiera hecho a un lado, pero continuaba creyendo que no había sido su culpa. Julia estaba lo suficientemente enceguecida por su dolor y rencor como para aceptar que el error había sido, en parte, de todos y que su madre había contribuido en la tristeza que ahora tenía que cargar. Para ella Amelia había sido la culpable, de igual manera que Frederick. No sólo por el tiempo que Luke tuvo que ausentarse de su vida por ellos sino porque… su sufrimiento, en el fondo, era tan intenso y su inseguridad era tan inmensa que necesitaba culpar a alguien que no fuera a sí misma, tenía que alejarse de esas personas tan ajenas (y tan cercanas a la vez) para diferenciarse de ellos, porque nunca podría ser tan virtuosa como Amelia ni tan libre como Frederick, aunque asegurase lo contrario. Su propia celda estaba conformada por sus costillas, y dentro había una niña pequeña con miedo, una niña aterrorizada, perseguida por sus propios recuerdos y angustias. Pero por fuera era lo suficientemente fuerte como para mostrarse así de cruel y egoísta, y prefería mostrarle esa cara al mundo.
Sí, creía que la culpa había sido de Amelia y Frederick, claro que sí. Y de Luke. Pero con éste último las cosas habían cambiado en los últimos tiempos cuando descubrió que, dentro de todo, él había sido bastante honesto. Había engañado a su esposa y a su hijo, de eso no cabían dudas, pero tenía un carácter honesto respecto a términos prácticos, algo que ella había sido incapaz de definir pero que le terminó agradando a lo último.
Por otro lado la incredulidad se apoderó de ella y junto con ello una sonrisa se le dibujó en el rostro. En primer lugar Frederick no estaba en su derecho de echarle la culpa a nadie… allá él si había sido un mal hijo incapaz de atrapar con sus brazos a su padre, y aún así también pensó que, si de verdad sentía que los demás tenían la culpa de su miseria, entonces… ¿por qué no hacerlo saber? No logró descubrir qué era lo que le impedía hablar con libertad, por qué se guardaba sus quejas, le molestaba ese carácter pseudo-heroico, como si tuviera algo que demostrar. Prefería gente más fresca, más transparente, sin pelos en la lengua, pero Frederick se volvía cada vez más desagradable con el paso de los segundos.
Enarcó una ceja cuando escuchó lo harto que se encontraba de recibir siempre amenazas de todo el mundo y empezó a reír sin disimulo. Eso era nuevo para ella, y terriblemente gracioso. Le dio pena, de todos modos, no ser la única, al parecer, que estaba dentro del zapato de aquel hombre. Deseaba ser la piedra más grande, eso sí. Y tenía todas las posibilidades de convertirse en su peor molestia, ya que sabía exactamente qué hacer con él y por sobre todas las cosas: qué hacer con Faith. O no, en realidad aún no lo decidía. No sabía de qué manera herirla, porque tenía muchísimas ideas para llevarlo a cabo, lo cual le brindaba demasiado placer. Por supuesto que la metería en esa cuestión, más que a nadie, incluso se obsesionaría más con ella que con su novio. Su talón de Aquiles, su escultura dorada, su reina de porcelana… la pieza más importante de la tabla de ajedrez. La muchacha de hermosos ojos azules le proveía de una cantidad infinita de herramientas. Era más fácil herir a Frederick con sólo nombrarla que hacerle sufrir con utensilios utilizados para la tortura en la Edad Media. En cierto modo, Faith era la parte favorita de Julia. Hasta debía admitir que, de no ser la pareja de la persona que más odiaba en el mundo, hubiera intentado conquistarla en cualquier momento. A veces miraba las fotografías provistas por el detective en las que ella aparecía y confesaba en voz alta que le daba pena que el destino estuviera en contra de ella, y luego reía abiertamente como una hiena.
Era algo muy tierno y estúpido de parte del joven Blaust pedirle que no se desquitara con la muchacha Everett. En verdad estaba pidiendo demasiado.

Aburrida se adelantó un poco en la silla justo cuando su hermano acabó con su lastimoso discurso y luego, tragando saliva (una preparación ficticia), buscó las palabras indicadas para responderle.
-No, definitivamente no entiendes muy bien las cosas –frunció la nariz y luego hizo con su mano derecha la mímica de un teléfono-. Atención al cliente, ¿qué desea? Oh, lo escucho confundido, señor, déjeme aclararle unas cosas –teatralizó con voz amable para cambiar al instante el tono, convirtiéndolo más serio y severo-: en primer lugar no quiero sólo tu dinero. Tu dinero es… un apéndice de todo lo que quiero, sería la punta del iceberg. En segundo lugar debo decirte, con todo el dolor del mundo, que no puedo perder así como así mi fijación por Faith. Y más sabiendo que comparto la misma sangre que tú, que al parecer para ella los Blaust tenemos un no sé qué, ¿te imaginas si ella viera a Luke? ¿Crees que se iría con él y te abandonaría? –preguntó con inocencia- Faith y yo estamos destinadas a conocernos. Le ayudaré mucho, ¿sabes? Le abriré los ojos. Si vas a tener un hijo con ella en un futuro lo mejor es que sepa qué tipo de padre le entregará al fruto de su vientre, no queremos que luego tengas a una mini-Julia, aunque yo me sentiría bastante halagada… En fin –dijo mientras se ponía de pie-, me encantaría quedarme un rato más pero es que, hermano, me has aburrido a sobremanera, y de tanto que hablamos de tu novia me dieron ganas de buscar a alguna chica similar a ella para desquitarme –se acercó a él lo más que pudo y en un susurro finalizó:- Nos volveremos a ver, incluso ya encontré un apartamento para disfrutar de esta hermosa ciudad y para demostrarte cuánto te quiero… no te haces una idea de los regalitos que tengo para ti –una sonrisa cínica enmarcó su rostro-.

Julia odiaba poner en evidencia su tendencia a automutilarse pero teniendo en cuenta que ya Frederick sabía su secreto (el perspicaz joven Blaust), se encaminó a la puerta de la oficina y antes de salir rozó con su mano herida la pared dejando una suave mancha color carmesí. Lo que ella no supo en ese momento era si lo había hecho para molestarlo o para amenazarlo…
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